jueves, 9 de octubre de 2008

Adrián Franco...Dos Poemas...


I

Retornar

Vida, no me despiertes al frío inhóspito de tu dulzura.

Dame libertad, deja que en mis venas se deslice la oscura sensación de corromper el vuelo,

haz correr sobre mi piel una efímera caricia disuelta entre la escarcha hasta que todos los latidos del adagio de tu savia sean el tímido bosquejo de un preludio sin ayer.

Desterrado del imperio de la eterna dualidad soy ahora el peregrino que retorna a la nostalgia. De nuevo mi nostalgia, de nuevo la mirada aferrada en el espectro, vacía de luz la aurora desatada por la calma, el cúmulo sediento de tanta noche en paz, inerte la ambición de curar las cicatrices estampadas en el fondo más lascivo del recuerdo a esta hora de terrores y esperanzas infantiles, cuando todas las raíces se subliman en el viento.

Déjame ser libre, déjame yacer, déjame mudar la piel del hombre primitivo, abandóname al amparo de las horas cristalinas en el único resquicio donde pude comprender:

Desperté, y la muerte amaneció conmigo.




II

Esculpido en la alborada



Soy caminante, como todos, de la ruta cotidiana del polvo y la orfandad. Hacia el sur de la tarde comienzan a morir los fantasmas del día, los suspiros de las rosas se elevan inaplazables y transfiguran el cielo con polen de luto, los pájaros se apresuran a sus nidos con humo en las venas, cantan el epílogo del viento y se lamentan, como un toque de piedra a la genealogía de su supervivencia, van arrastrando la mortaja del día en este campo florido de cemento y horas secas.

Es esta la vereda yugular del horizonte, línea que divide al hombre, punto sin retorno a la resignación o la costumbre de volver al sueño justo para cada día de labor, del que no hace falta buscar con los ojos el camino, pues basta sólo dar un paso y el camino se abre entero, como las aguas del río bajo el peso muerto de quien se derrumba cansado de la rutina, del sudor, del hambre, del fracaso, de las horas inciertas y de las ciertas convicciones, cansado del mismo frío bajo la misma sábana, de ser lo que es mas no lo que nunca ha sido, del dolor, de la vergüenza, del mito, del adiós, del perro que ladra a mitad de la madrugada y del gallo que también, como Caronte, navega en melódica barca al despertar.

La exhalación de la noche remueve la cortina, a la ventana se asoma un muro, un árbol, un trozo de ciudad y otro de luna. Un lejano rumor de aceite y gasolina moja las costas del aire, rompe en espuma sorda a los pies de la cama y se deshace como nieve en las ondulaciones montañosas de las sábanas. Afuera la tierra duerme mientras yo, exiliado del sueño en esta habitación de tinta y piedra, tengo los pies fríos y el alma inquieta. Gota a gota soy testigo del naufragio de la serenidad en un vaso de noche, hordas de pensamientos que no son los míos cabalgan al sitio en donde nadie los espera, como un vértigo, como un acorde en ruinas, descienden al fondo de la soledad primera, donde no somos nada, ni instinto, ni ego, ni sustancia, apenas aire negro con olor a viejo, a humedad de raíz vieja, de nadie.

Y así, sin nadie, hundido en la espesura de la noche sin cerrojo, el recuerdo de una mirada cae a mis raíces igual que lluvia franca, como una estrella salpicada del polvo de mí mismo, en una clase de beso abstracto, tan frío y confundido como un Lázaro de boca temblorosa que apenas se humedece con el vino de las soledades. Se enciende, se consume, se expía, como un cirio floreciente en la atmósfera infértil de la estancia, como un ala oculta en el extremo opuesto a la cortina de obsidiana, su imagen en mi mente se recrea, se plasma, se difunde, derrama brasas de violetas sobre el oscuro rumor de la fatiga, esboza en la ventana el aura de su nombre, me obsequia el séptimo color del cielo esculpido en la alborada.

¿Qué es esto que siento paralizar todos mis nervios? En lluvia de sílabas se resquebrajan los pretextos, muere el lenguaje inconcluso por una palabra secreta, un sonido claroscuro flota y se desvanece entre mis labios, la brisa gime con uñas rotas en la ventana. Al pie de la verdad no existe nada, sólo un umbral sin cerrojo, sin respuestas. Detrás, la ecuación de los recuerdos ansía desenredarse, y en medio de todo, llamando a la claridad como quien llama a una puerta, nos ahogamos poco a poco en una terca despedida.

Muy tarde, amanece.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Salute hermano Adrian Franco, desde el corazón austral de la tierra, felicidades

Anónimo dijo...

Saludos cordiales compañero Adrián, de Rodrigo alemany Rojas gracias