martes, 11 de septiembre de 2012





Clown
Un comentario acerca de los sin tierra


Por: Rodrigo Alemany

Comienza el acto más difícil, la culminación de una carrera circense: deberá jugar con esferas encendidas, sobre una silla sostenida por un elefante, que estará a su vez sobre un cochecito multicolor y éste sobre un zanco de frágil madera. Piezas dispuestas al borde del abismo, en el tenebroso sendero del límite. Deberá, en síntesis, arrancar corazones expectantes, mezclar alegría y llanto.

Redoble de tambores, luz central coronando su espectáculo, silencio sepulcral. Hábilmente hace girar las estrellas de fuego sobre un frágil e inhóspito equilibrio. En realidad, la escena ha sido repetida muchas veces, alcanzando esa perfección que transforma anhelo en apatía. Orgulloso de sí, aumenta el impulso de sus brazos. Hace girar en invisibles órbitas la creación más perfecta de su oficio. Las esferas construyen una rueda enorme que gira en dirección contraria a los relojes. La infinitud del espacio se condensa en esa protosustancia. Pareciera que principio y fin desaparecen, creados e increados por aquel centro incandescente.

Pequeños temblores dibujan sus piernas absurdamente vestidas. Fragmentos de tela, rojos, morados, fluorescentes, cubren quizá un cuerpo demasiado viejo para ser visible. Su tronco está cubierto por un abrigo de terciopelo negro, con cientos de campanillas prendidas a la espalda. Su cara pintada sólo deja entrever la común e indescifrable lágrima. Es un payaso perfecto por el rostro que dibuja la memoria.

Tensa el cuerpo para concluir magistralmente y esperar la ovación invisible. Mágicamente, hace caer una esfera en el pie, apagada. Luego otra en el centro de su cara. Inalterable, forma una balanza inclinada con su cuerpo, como pétreo espantapájaros. Del proscenio sale corriendo una liebre perseguida por un perro, a ratos lejana de las fauces de su perseguidor, a veces cercana. Corren y saltan por encima de objetos abandonados, banquillos desvencijados, jaulas abiertas, triciclos, columpios con herrumbre y humedad de muchos años. Apunto de caer en las tibias garras, la liebre salta y se esconde bajo la silla. El elefante asustado intenta moverse, la base multicolor no soporta su peso, la madera del zanco se convierte en astillas.

¿Cómo pueden existir catástrofes al borde del abismo? Se pregunta nuestro personaje, con esa interioridad que para algunos es filosofía y para un payaso vanas palabras. Se levanta frágilmente, adolorido y sacude su disfraz. Observa la inmensa figura construida en el pasado. Sólidos en equilibrio burlando cualquier ley natural. Aquella balanza humana sobre piezas hoy destruidas. Luego avanza hacia el público que permanece en silencio. Sobre sillas pulcramente alineadas, reconoce al objeto de su oficio: innumerables esculturas con trazos secos y duros. Bocas pequeñas y tiesas, ceños fruncidos, cuellos cortos e irregulares. Imperturbable, camina hacia la entrada del circo. Delicadamente sacude su abrigo y percibe el sonoro destello de las campanillas. Sonríe.

La densa noche abre su cuerpo oscuro al ojo del caminante. Fuera del circo se extiende un desierto sin límites. Decide avanzar hacia el centro. Recuerda; la única certeza posible: no imitar el curso de los astros.





jueves, 31 de marzo de 2011

SONETOS METÁLICOS por Rodrigo Alemany











I

Noche incierta sobre el rincón callado,

enhiesto túnel en la mente,

flor ajada tras negro pasado,

amor, ausencia y luz siguiente;

como lirios viajando en verde vado,

camina herido sobre el puente,

la lluvia roja limpia su estado,

cruz, campana y vuelo serán su fuente.

Vuela invierno y estío de lo humano,

deshazte en mil pedazos en cualquier lugar,

avanza como tiempo ciudadano,

y señala, sin rodeos, el lugar,

tierra, piedra y silencioso arcano,

eterno amor como vino sin lagar.

II

La madera en caballo puede romper

lo que primavera tras fría estación,

llanto de hojas por antigua emoción,

náyades fantásticas que ansían volver.

Fue la desazón del niño al cantar

la distancia entre lira y emoción,

el vacío del viaje a otra estación

donde los cuerpos hierven al saltar;

y cada paso es tiempo y vado,

tono y cuerda, razón y voluntad,

como letras suscritas al pasado,

como estrofa que anuncia tempestad,

al reconocer el polvo borrado,

viento y piedra, poema y libertad.

III

Traum

Humo negro, terraplenes, tormenta,

grito de perros, fondo, filigrana

y la voz del mundo acre sedimenta

sangre, azul y cuerpo de campana.

Estamos vivos en la mar violenta,

dentadura, brazos, besos, mañana,

y de nuestra boca sale menta

savia verde y rigor de la manzana;

sólo un túnel de paz en el momento

bajo el declive incierto de la caza

llamado sueño, noche, firmamento,

arteria iluminada de la casa,

fuera del insípido elemento,

labio, amor y voz como una plaza.

IV

Germinal

Tendidos brazos construyen el flujo,

la simetría verde es el follaje,

ojos caminan sobre claro embrujo,

la sed sedienta en tiempo de brebaje.

Atraídos hacia el hogar del brujo,

hombres negros recuerdan su salvaje,

y escondida la voz es un reflujo

mientras crece la raíz del coraje.

Oh agua de cristal y flor salada,

nunca abandones el trono de hiedra,

aunque tu casa siempre esté salvada

y la nostalgia sea razón cansada

de tanta hoja, polvo, arena y piedra

de tanta vida hoy no más callada.

V

Azul, negro…

Trazo nocturno, cuerpo, luz y tinta,

mar azul e iluminada gota

que dibuja voz y flor extinta,

suspiro de aves que en acento flota.

Se eleva un cuervo y cementerio pinta,

sobre hoja, trinchera, cuerpo y bota,

la silenciosa piedra y roja cinta

que de brillante espada amarga brota;

sólo un cuadro distinto a la mirada,

sólo un sueño o pesada lejanía,

sólo esencia ambiciosa de manada

que doblega la mano condenada

a unir penumbra y luz en cercanía

a volcar extraña y fría campanada.

VI

Arte poética

Dulce y fresca vertiente primaveral,

niños, sueños desatados al saltar,

amantes, brazo y piel sonora al cantar

lo que selva esconde en hierro estival;

y comienza el tren y la hoja autumnal,

remolino, tiempo y agrio meditar

de hombres que anhelan eterno dormitar,

en vagones blancos y voz invernal.

Todos somos ardientes emigrantes

esperando otro cielo que amanece,

otro llanto de Ovidio; frío tormento

a la luz de toscos, tristes hablantes

que no divisan amor en amento

que olvidan cómo infancia resplandece.

VII

La esperanza inquieta se disipa

por la pálida luz de la penumbra,

aire dorado, corazón que alumbra

invierno, pozo y cruz que participa.

El tren y su navío se levantan

sobre los hierros grises del espacio,

ansia halada, fresco mundo, topacio

que ilumina rastrojos donde asaltan

negros enfermos, fugaz alegría;

donde tiempo y plomo, alma y conciencia,

donde puerto y viaje, follaje y medida

se tensan y distensan, agua y almería

se impulsan y refrenan, muerte y vida

se cruzan y separan en humana indolencia.

VIII

Extramuros

Paloma y palomo, el aire y el hierro

atenazando el silencio de un muro,

flor, piedra, beso, plomo, puente duro

que amor construye sobre hiedra y fierro.

Tu boca dulce, voz, mi osado hierro,

cuando en patrias distantes el futuro

se rompe y tu, puerto, claro conjuro

ocultas la ausencia de mar y cerro.

Cuánta nostalgia daría, cerrada

distancia, abrazo, alegre cubierta

de palomas cenizas, hoy evocadas;

cuánta halada tristeza, gris, desierta

volcaría hacia las noches cansadas

por la brisa austral de tu cuerpo, abierta.

IX

Nocturno silencio, fulgor, libertad

que la sangre alcanza entre los fríos puentes

forjando navíos, hierro, propios puentes,

paso incierto entre futuro y libertad.

Oh canto de estrellas, ansia brumosa,

donde faros oceánicos renacen

y espina y pez y hiedra hoy renacen

en interno consorcio y voz brumosa;

y dejando sobras de tiempo umbroso,

maravillas nocturnas, asediantes,

la distancia es luz, puerto umbroso,

sueño laminado, ríos asediantes

que cobijan pétreo paso umbroso,

rutas tristes de siempre, asediantes.

X

Naïf

Alados peces, azul, tono de amar

lo innombrable: gota, cuerpo, Levante,

viento que arrastra opalino talante

cimbrando caderas, boca verdemar.

Agitando corrientes el Calamar

se introduce áspero en oro profundo,

asediante, sediento, furibundo

hasta la perla del agua, el mar;

pecho dulce, agrio, que en noche cobija;

ansiado, remoto, canto eterno

de cabellos peinados como hija,

de ardiente boca sobre Dios paterno

que al sonar destruye la mente fija,

marinero amor, paz, cuerpo fraterno.

XI

Las momias

Húmedos labios, árboles secos,

tu saliva fluye cual río sin freno,

desbocada boca, ardiente reno

que en campo yace con heridos flecos.

Mañana, árida piel sobre los frescos

días, frágil cuerpo horadará el terreno

del sueño infantil, como un barreno

lleno de pólvora y cantos resecos.

Será un tropel de ajadas hojas, yerto

para mirar su vuelo de manada,

zafia sonrisa de corteza,

lóbrega sombra de Juana y Alberto,

nosotros, saliva, polvo, certeza

negada por hueso y piedra, por nada.

XII

Simetría

Desde el fondo del pinar frondoso,

pájaros cantan, pájaros cantan,

sonoros plantan, sonoros plantan,

sinfonía, flauta y eco ferroso.

Sol, sombra, hoja, viento ardoroso:

ardillas saltan, ardillas saltan,

torre asaltan, torre asaltan, asaltan,

murmura el sereno amor gozoso.

Manos alzadas, tronco trenzado,

grana esparcida, olor de la menta,

flores nacidas, rumor abrazado,

cuando el tumulto verde representa

ansiado cuadro, ansiado cuadro,

simetría y paz que me alimenta.

XIII

Primavera

Ansia dulce, naranja encendida,

boca abierta, lengua y blanca roca

que muerde sus labios como loca

e imagina la fruta desprendida.

Oh viento ansioso al talle prendido

que a enamoradas flores coloca

esporas, y remece y disloca

la cárcel de pudor aprendido.

Aliento, flor y sed, ácido aroma,

cuando el sol libera fulgor sediento

y la sangre inquieta sólo asoma,

deseo, infierno, redondo viento,

anhelo, cielo, suave y fresca poma,

primavera desnuda, rojo asiento.

XIV

Palpita la noche su rojo abrazo

entre la sangre de fríos perros,

semáforos, fulgor, ansiados fierros,

ciudad sedienta de estelar pedazo.

Mientras la blanca luna teje un lazo,

crece otra soledad, fecundos yerros,

amor que desvanece el tiempo, hierros

fundidos, invierno, eterno brazo

sin cristal ni mágica montaña,

lejos, sin el insípido dorado,

mortuoria luz, falsa y negra alimaña

del futuro y el ascenso atesorado

que corrompe y rompe la mañana

de nuestra voz y amanecer ansiado.

XV

Podrán tus ojos de noche adormecer

navíos, sedientos bajeles humanos,

ínsulas con solitarios insanos

que al beber estrellas sueñan renacer.

Podrá tu cuerpo al agua estremecer,

iluminar cimbrando blancas manos,

prender tejiendo vestidos canos

al cuerpo frío que niega florecer.

Faro encendido, lineal tormenta,

lámpara elevada, gastada esfera,

sueño literario cuando lamenta

lloroso el hombre muerta quimera,

al pie de la tumba aromosa a menta,

al pie auroral de la mar primera.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Un poema de Rodrigo Alemany..


Las latencias del amor

amor de tantos años

busco tu vientre entre los adoquines

entre los semáforos

que nos hablan en susurros luminosos

pero la barca está vacía

y el mar agita su andamiaje

amor mujer

amor agua

amor tierra

amor aire

amor fuego


las palabras

no permiten abarcar

la mandrágora de los ojos enlunados

la piel se me retuerce

al recordarte

sufro la noche

de los abandonados

que pululan

por las calles

sufro la sarna de la soledad

costra infame

sombra que me persigue


amor

vestido de negro

para la última noche

noche de mi mortaja


añil

enciéndete

nube

respira hasta las estrellas

tren

aleja el lumen de carbón y hierro

bosque

detente a contemplar

el vuelo de los pájaros

sol

calienta este cuerpo entumecido

cuervo

vuela

vuela

revuélvete en tu esfera siniestra


estoy solo amor


tu pasas frente a mi ventana

y quisiera tener una red para atraerte

un magnetismo oculto

unos ojos de centauro

lunes, 10 de mayo de 2010

Novela de Rodrigo Alemany




Alfil

Rodrigo Daniel Alemany Rojas




De rudos malsines,
falsos paladines,
y espíritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, Señor!


Rubén Darío



Los pájaros. Una red de alfabetos distintos.

Atenazados pasos entierran la huella asfaltada.

Entre el sueño y el espacio de interminables formas, dormitaba plácidamente un cocodrilo. Su dentadura permanecía fija a cada pieza. A ratos, preñadas estelas interiores aceleraban su respiración. Sería imposible graficar la maravilla de aromas y colores que viajaban en la infinita bóveda de paredes intercambiables. El niño abrazaba como si una presa se escapara de sus manos. La respiración compartida exhalaba un aliento de correría por entreverados caminos cubiertos por el polvo. Tras la ventana que comúnmente aflora en cualquier historia, se erguía una masa blanca, una montaña nevada que significa lo extremoso del paisaje austral.


Es posible describir el mundo en dos líneas. De un lado se emparejan realidades. De otro, el ocaso sucumbe.


La cordillera impuso su imagen en forma de sino inexorable. Elevada e inalcanzable, fronteriza, cubrió de nieve las más insuperables alucinaciones que emergían de espíritus ingrávidos, sedientos por cierto mar primigenio, que en algún momento de cualquier historia abría sus brazos, ven a mi regazo decía, para luego desaparecer entre salados oleajes. De los primeros párpados fue la textura inverosímil, rugosos vericuetos que dificultaron los pasos. La ventana trazaba una búsqueda, obsesiva, real como la piedra.

El mundo mágico se reducía a un par de casas con libertarias comuniones en su adentro. El corte en la mejilla vidriada por reflejos de hoguera, también fue libertario. La imposibilidad de asir la nieve con dentaduras infantiles, adquirió el rastro rojo, pasos de gotas en la nieve, huellas de orificios improbables, que la bandera roja, hermana, convirtió en sepulcro del sueño que vendría.

Se retorcía la mascota, cascabeleaba somñolienta, dichosa de encontrarse en clima cálido con aroma de corteza. Los afilados colmillos nunca detenían su cierre en el cuello de su dueño, como un collar interdicto. Alfil ronroneaba expandido en su envoltura. La calidez cuadriculada bosquejaba galerías, hermosas estaciones determinadas por el correr de la bola incandescente al borde de la ventana. Sus sueños siempre fueron diagonales, es mejor seguir la recta, anunciaban bigotillos sobre una comisura antigua, de abuelo. El cocodrilo pegaba su piel lustrosa, cuando Alfil suspiraba repentinamente, al escuchar un destello parecido a una bengala.

Todos conocen la cordillera de los Andes. Su bisagra separa el estallido del mar, de ciertas invenciones de alquimia. En el vacío un prestidigitador se consume, trata de retener el aire en trazos circenses, pero el viento esparce sus frutos.

Mágico era el mundo de las chimeneas, al metalizar lo misterioso de las nubes.

Sólo un gimnasta recompone la historia. Una despreciable entidad sin espíritu. En el momento en que la castalia fue alumbrada por inmensas bombillas eléctricas.

Es hora de comenzar el concierto del olvido. Atrás subyace el muro de los juicios. Adelante el fruto de las hojas anida sobre el polvo: el otoño.


Una razón domeñada perseguía infructuosa el hilo de su pensamiento. Exhausto cada noche confiaba en su idilio interior de infecundas emanaciones espontáneas. Cierto día calló en sus manos, la idea de que el pensamiento es como una pajarera. No temas, se dijo a sí mismo, entre un trino inefable que nunca comprendería el viento.


Amaneció. Fueron necesarios cien toros para levantar la embriaguez del sol que no deseaba salir de un sueño obtuso. Se desarraigaron las frondas de estalactitas impregnadas al césped, con el inherente flujo olvidado de aquellos sustratos arrancados a quemarropa de la cuadratura de sus casas. Alfil reconoció en las nuevas emanaciones cada murmullo invisible que pulsaba al arrojo diario de abrir una puerta e ingresar al mundo de la forma. Los vehículos trenzados elevaban sus cabelleras de humo que más tarde se mezclarían con la niebla. El cocodrilo amasijado por las dulces manos de evaporados sueños, siguió calle abajo, moviendo reptilmente la cola. Si no impulsaba su energía hacia la bandera que doblaba en una esquina, perdería la oportunidad de otra aventura. Alfil de un salto cada vez más alejado de su fuerza verdadera, trepó al primer autobús que se dirigía inmanente hacia el parque de las hojas abolidas. En posición diagonal hacia la ventana creyó reconocer a su entrañable amigo que reptaba con la intención probable de alcanzarlo. Hoy no es el día, se dijo, girando su cabeza hacia el lado opuesto, hoy no es tu día…Una sonrisa seca labró la dentadura de su rostro…


[El parque]


Aliento es la diferencia entre estar vivo o muerto. Cuando la plasticidad color alpaca fluye espesada por cada vericueto de los empleados para respirar, una sensación expansiva, parecida a la nebulosa cubre la noción de existencia hasta desterrar la infértil diferencia entre los vocablos vivos y las frases que nacen del esqueleto. Vasos de diferente metal salen a condensarse desde la comisura de los labios. Naturalezas lustrosas emergen de indiferenciados promontorios y adquieren el rostro de arboledas que tardíamente han abandonado sus hojas. Los troncos yacen enmudecidos con la apariencia del racimo que ha brindado sus uvas a la felicidad antigua, prófuga, como la estación amarilla, añorada diariamente, mientras el rastro del hielo inmortaliza los muros de piedra.

Blanca fuera la montaña que me viera reptar en mis primeros sueños. El muro de piedra que ahogara el chasquido de las dentaduras soterradas, al otro lado del mundo.

Siempre quise elegir la guía diagonal de mis pasos. Una fortaleza de casas obtusas impedía cumplir el objetivo de mis deseos, obligándome a rodear el trazo de la ciudad principal. Cuadraturas, innumerables trazos que terminaban de manera perpendicular fueron cubriendo la futura utopía. Las techumbres, cargadas de incandescencia conformarían un puente que nadie, ni siquiera los más atrevidos compañeros, serían capaces de cruzar, pues a la voluntad le faltaban alas, y al deseo otro deseo perpendicular que fuese capaz de atravesar el muro.

Inmaculado es el frío que golpea las manos de cualquier partera. Bolas blancas que de tarde en tarde acompañan la sombra aterida. Llevo los bolsillos atestados de papeles húmedos, que la lluvia terminará por borrar la infinidad de sus mensajes. Los encarno, los aprieto, entierro las uñas en cualquier lugar de sus contornos, para adquirir fríamente la certeza de que soy el único dueño de un libreto ilegible. A qué lugar se dirigen mis pasos? . Quién entregará de su boca un petirrojo, para ser labrado por el fuego? Estas preguntas que yo llamo desarticuladas, carentes de un principio motriz, se van abalanzando, como los cuchillos que lanzara de noche al espantajo de mis pesadillas. Dos y tres hacen seis agrupamientos, repito a regañadientes, antes de escuchar el llamado de las sirenas que impiden el acceso de cualquier escolástica. Si dos hacen seis agrupamientos, la nave central del mundo ha quedado completamente extraviada, al centro de una selva sin rostro que pueda ser admirada. De nuevo la batahola de las sirenas interrumpe. Percibo que detrás de cada pausa, no importe el número de años, surge un estallido de aplausos mezclado con interjecciones que hacen guarecerse al rey en su castillo. De la multitud en su desaforado grito surge el espejo de su aniquilamiento. No mentiría si dijese que la cordillera semeja un oso milenario recostado en un lecho de espinas.

Hoy la luna pondrá su dedo albo en algún lugar del sol llamado centro. En legajos amarillos cubiertos por la savia que romperá el espejo, pude enterarme de la magna celebración que hizo guarecerse al rey en su castillo. Caras pintadas, en claro obscuro, como el retablo que soporta mis difuminados pasos, encadenó furibundo el vuelo de las hojas amarillas. Que nadie se mueva, que nadie pierda su centro, fue el llamado de los parlantes pintados. Lo acre de cierta nebulosa transformó la batahola en llanto de perros. Me vi corriendo entre las calles, con aquél proyecto que tanto rechazara. Seguía la cuadratura de las manzanas, agitando mis brazos, como polichinela triste sin saber la razón de su tristeza. Quería despejar la nebulosa, ácida nebulosa que templaba mis mejillas. Formaba una cruz que se agitaba infructuosa. A veces tropezaba con otros cuerpos más débiles que como yo pugnaban por salir de la penumbra. Que nadie se mueva. Que nadie pierda su centro. Parecía que el llamado de los parlantes provenía de la masa respiratoria de un rey temeroso, ante el posible jaque de la peonada. En un tiempo que parecía carecer de sentido, caí de bruces, hasta olvidar el proyecto oblicuo de mi nombre.

Se hizo la luz. El albo dedo fue paulatinamente desprendiéndose de su centro. A cada higiénico lamido de mi fiel compañero, comencé a recordar el ambiente de mi caída. Había estado en el infierno, donde dos y tres hacen seis agrupamientos…


Donde el silencio comienza cargado de ignorancia, raro silencio turbio. Allí donde empieza a fenecer el día y la penumbra se llena de caras que miran hacia un punto, cualquier punto inubicable, como aturdidas al carecer de un soplo que las nutra de voluntad, dirección o deseo. En el espacio obtuso puedo sentir las gotas de un agua hervida sobre la piel de los otros, que miran sin inmutarse, que no brindan su mano como señal de humanidad. La putrefacción que roe la señal de sus miradas, mientras la boca marca un compás de felicidad ensartada en la mandíbula. Rostros que acompañan el ocre suspiro del espacio que me rodea. Caras informes con un recuerdo liso, vago, de la pequeña existencia de un reino donde la memoria teñía los campos de cierto color impuesto por la fecundidad de cada tiempo.


[ El parque ]


Jacarandas emancipados de la homogénea verdura rozan trémulos cada globo aerostático, cada nube inflada por la voluntad del viento. Junto a las sombras que inhiben los rostros de los paseantes, erguidas columnas soportan cabezas antiguas, dilatadas con el pasar de los años. Figuras de piedra que semejan en silenciosa competencia, las cortezas pintadas, albas, amuralladas. Abre sus manos un parque, con un kiosco en su centro, donde la fugacidad de un deseo se pierde en cada relieve heráldico de la balaustrada. Es hermoso ver correr a pequeñas apariencias desde la vereda que comunica con el exterior, hasta el centro inmutable con su cabeza combada y su música silenciosa contenida entre las piedras. Varias rutas siguen la meta central, hiperbólica, del kiosco vaciado al carecer de sonidos.

La tarde roza los destellos áureos del crepúsculo que inicia un despertar. Manchas acuosas se van plegando al empedrado rojizo. Ha comenzado a llover, amanece un sueño evaporado, todo pierde paulatinamente su centro, se aspira, se consume, refresca. Muchos paseantes esperan su turno, guarecidos bajo los árboles, aquél vertiginoso momento en que es posible atravesar la calle, horadando las onduladas cortinas de la lluvia, con el único sentimiento impenetrable e individual, el resquicio de la nostalgia transfigurado en hojas apagadas sobre el suelo.


Recuerdo que las variadas sonrisas aligeraban su carga sobre mi rostro atormentado. Nunca pensé en la remota posibilidad de ser indicado por afiladas narices sin ningún miramiento o condescendencia. El llamado de las horas formaba aglutinado un solo cuestionamiento. El tiempo convertido en voz arreciaba como el africano soplo del cierzo. Sobre un tablero binario recosté mi cabeza con el deseo de alejar las grotescas miradas puntiagudas de mi edificio vuelto a eclipsar. Desplegué las exiguas reservas de energía acumuladas sobre el lustre de la madera mojada. Temblaba, oh cómo trepidaban mis fibras al presenciar la recta final de mi caída. Sobre mi cabeza se levantaba un ejército de piezas relucientes. Había perdido la partida y sólo quedaba someterse al caos, al edicto invisible del juego.

La sobrevivencia trocó las fibras apagadas de mi escasa imaginación inalcanzable, en inmediata respuesta. Tuve el vago deseo de inclinar junto a mi cuerpo la altiva imantación del rey que no había perdido aún su talante. Inefables murmuraciones trepaban los coyados de mi boca, cuando frontalmente divisé el mar de mi historia descentrada.


Describir la mecánica de las calles no es fácil. Podría comenzar con un trazo largo, luego marcar varias líneas perpendiculares, unirlas con otra línea paralela de exacta medida que su homóloga, y formar infinidad de cuadros para dar la idea de un cimiento sobre el que se camina. Fugaces pinceladas negras cada dos cuadros, traerían a la existencia una polaridad extrema de colores monótonos. Las veredas llegarían a ser de esta forma, angostas fronteras con impasibles nombres que detentaran una exigua diferencia. Nombres cargados de color blanco o negro, disfrazados con sendos apellidos, algunos afilados, exhumando carmines coagulados, lanzas que atraviesan antebrazos, mientras la turbamulta vocifera odios acumulados durante centurias tan extensas como el instante. Sin embargo, no deseo afectar con una plasticidad expresionista cierto movimiento parecido al de los engranajes interiores de una máquina de relojería, que producen el efecto del movimiento perpetuo bajo la razón ondulada de un péndulo. Menos sencillo sería relatar una historia donde el camino va trocando al caminante, hasta nublar su deseo, guiándolo ciegamente por las calles con la certeza de que su inercia dejará finalmente de producir la nausea o la embriaguez por el vértigo. Ese espantapájaros encima de maizales yermos jamás sería divisado por las cornejas que viajan hacia el Norte. Nunca nadie comentaría en las plazas públicas un movimiento tan absurdo, ligado al vector de la brisa. La pareja de lánguidas piernas, con la palidéz propia de la tortura, ni siquiera abriría un comentario socarrón, un dedo apuntando el objeto en movimiento o la persecución de los niños al enfrentarse al caminante. En las plazas públicas ya nadie comenta un hecho singular, porque la voz opuesta inclina la mirada de los espectadores al interior o al exterior de la fortaleza. En realidad la mecánica de las calles sólo puede atribuírse a una mujer, a un hombre o a un perro. Cualquier pariente puede verse afectado por tan extraña enfermedad. Comenzará como una pasajera tendencia al olvido, detectable por medio de la mirada, fija en cierta dirección imprecisa para los otros, como augurando un vehemente deseo de contemplación que nos haga pensar en el nacimiento de un gran filósofo. Después vendrá el sonido circular de las pisadas a media noche que causarán nuestro escalofrío aunque estemos cobijados hasta la cabeza. Ese pariente que citábamos tácitamente como un filósofo venido al mundo, no dejará de asombrarnos con nuevas proezas provenientes de su deseo abandonado. Llegaremos incluso a sentir la brisa del alba sobre nuestras caras somñolientas, identificando la causa. Una ventana abierta, con el velo de las cortinas flotando, nos levantará de un golpe de la cama. Saldremos a caminar amortajados sobre los campos mojados, hasta que la lluvia disuelva los consorcios de la bruma.


En la pequeña extensión de los párpados acalambrados, dos sujetos empujaban las discordias de sus informaciones, separados cientos de metros entre la niebla espesa, cuadriculada, de un tablero, donde comenzaría un juego, y las piezas ordenadas asaltarían una pequeña fortaleza a mitad de la penumbra.

Deseaba someterse a las persecuciones de su perro, de su cocodrilo; por las noches desfilaba palpando las rugosas murallas, se arrastraba sigiloso, encarnaba el terror del deseo consumado, con los diez dedos sobre la piel hundiéndose en la sangre, mientras los cristales yacían abandonados, en la esfera invertida de un nudo de acontecimientos, uno tras otro, hasta irrumpir en la historia: en un momento no supo desprenderse porque carecía de andamios en que sostenerse.

Cuando observan los abandonados desde la cima de una mirada…


Dio la casualidad de que era mía la silueta que soportaba una alegría frenética. Era mi propio cuerpo sublimado, la realización de innumerables deseos que el pasar del tiempo había acrecentado desde la red o dique que separaba mi alegría del fuego, del hogar, del pámpano y la niebla. Ante la maraña de deseos irresolutos, no era de extrañar que el paso que hundía mis botas en la humedad de los pastos, encendía mis mejillas acalambradas. Una voluminosa florescencia erguía sus yemas en el interior de mis párpados. Salían a relucir distancias que mi voluntad de ave migratoria, trashumante, en algún sitio de su existencia llevaría a cabo su infinidad de proyectos. La silueta se alejaba del punto en que la espina daba el color de la rosa.

Sobre una vereda ondulada, donde los pastizales refulgían como la niebla sobre los campos, desplazaba un abrigo y una maleta en dirección a lo inasible. Detrás, una muralla de ladrillos permanecía fija al tiempo que diera presencia a mis sueños, al deseo natural de verme con mi propio cuerpo fugándome, con la inocencia del caminante entre lo verde, un mar de nubes y el acoso tibio del viento izando mis antiguas banderas. Las murallas quedarían sumergidas en la opacidad de recuerdos sin registro. Si la libertad, en resumen, llena de materia el cuerpo inerte, y empuja el silencio hacia la sonoridad indiscreta, aquella existencia imaginaria perduraría mientras el sueño no faltase a su labor nocturna, cuando los trazos salen a caminar fuera de los barrotes, y el cielo espesa la dulce latencia del corazón recobrado.

Caminar es ver la luz bajo los sueños.



Le gustaba aspirar flores al momento de desvanecerse. La fuerza del universo presagiaba una voluntad férrea, inquebrantable. Asumía la dilasceración de su rostro, la disolvencia, como si la debilidad implicara cierto acontecimiento vertiginoso. El vacío abría su intemperie hacia cualquier punto cardinal, trazaba límites probables, abría muros de concreto ponzoñoso, como si la estepa revestida de flores impregnara el escenario de una rugosidad ineluctable. El vacío sobrevivía levantando sus brazos tras la tormenta de los sueños invertidos. El vacío amurallado sobrevolaba distintos ecos de un mundo fatigado.

Cuando estipulaba el lugar de su desprendimiento, renunciaba iso facto a convenir cualquier fusión imperecedera con el verbo. La luz hipostasiada de su sueño pertenecía al mundo de las utopías blanquecinas liberadas de su impresión folletinesca. Era de luz almacenada la descarga de su existencia vaciada con el rigor de las fortunas dirimidas en el juego.


La divinidad es la posesión de la capacidad de la escritura.


El agua formaba un cortinaje, situaba al jugador en el contexto preciso, aunque esa precisión se encontraba dividida, como la existencia de juegos multiplicados en exponenciales relaciones de fractura. La piel dividida en cientos de correrías dolorosas, armaba su separación infinita.

El vuelco de peces imaginarios saltaba en su cuerpo desnudo. Las onduladas figuras del agua se adherían a la materia sólida de sus huesos acalambrados. La cortina cristalina cubría su desperdigada cabeza, bloqueaba cualquier interferencia en su dialogo con el mundo terrenal.

Terrestre agua de todas las piedras. Terrestre planicie de cristales, fresca llanura, polvo de plata. Agua de escarcidos diamantes luteranos, agua del llano, agua, metal, humedad, planicie. Suburbio donde las penas fluyen por las calles, bailando, planicie del agua para nuestras aspiraciones mas sentidas. Terrestre pena disecada, planicie de hielo sobre los tajos, montículo de niebla entre los muertos invisibles.

El agua se disolvía sobre el borde, la contingencia de yacer ante un precipicio, sobre la cortina de su cuerpo reflejado en la quietud del agua.


El labio de las formas cenizas, la cobijada existencia de las sombras tibias, llenas de incandescencia, la dorada expresión del silencio extendido al ras del césped, ubres de niebla disipada existieron en otro tiempo fecundado, polaridades de humo y caldo de abejorros suspensos, el espeso parámetro de las formas elípticas, la consecución de la noche. El labio de los pastizales reverdecerá sobre el muro de las piedras acalambradas. La ecuación de la noche traerá una derivación múltiple, entre el eje de las flores y el eje de las infinitas precipitaciones. Al pie de la montaña yace el vértigo, sobre la orilla de sus pies las manos azuladas de un verde rompimiento: el vértigo al pie de la montaña en palabras del I Ching. El cómputo de un nacimiento para sobresalir de la sobrevivencia.


Alfil trazaba el orbe de las multitudes. Definía con la yema de sus dedos el clamor vociferante de las sombras ensortijadas por la muerte. De la vida surgía un llamado de pañuelos, el muro de las aeronaves comenzaba la emigración definitiva. El bosquejo de sus manos encendía la máscara de los relatos ubicados en la fragmentación de la historia.

En el mundo de los trenes invisibles, la primavera sopla dardos de niebla. En la estacionada tarde, dos muros se encontraron con dos brazos y una púa, penetrando. Dos mundos coronaron la niebla de sus quemaduras, dos poros remataban los andamios de una ciudad posible, dos brazos enterraron el garfio a la mujer abierta a lo invisible. La quemadura de los potros presagiaba una ciudad posible, dos camas, la dentadura de los potros aferrada a la invisible posibilidad de un cielo prematuro. El garfio dolía como lo posible, siempre y cuando presagiara un campo teñido con gotas púrpuras. La trizadura del eco quemaba contraída, mientras la lluvia encendida expulsaba la oración de un delfín al pensamiento.


Mojándonos el cuerpo, abiertos a la cordura de las nubes, majestuosamente desnudos, alzando lo imposible entre los brazos, mojándonos el cuerpo. Una camisa de piedra fue esculpida con el dolor de cuerpos heridos a quemarropa. El viento alzaba su himen. La conciencia del aire se apoderaba del muro. El muro de piedra. El muro invisible. El muro de piedra.

Alfil no distinguía las emanaciones de su conciencia: el concierto de estrellas refulgía como una copla invisible. Las paredes frías lo envolvían todo de putrefacción y olvido. La humedad sercenaba los ligamentos de Alfil sentado en un piso que semejaba los cuadros de un ajedrez, solo que éstos se encontraban pintados con el color de la tiniebla. Eran cuadros negros los que cubrían su cuerpo desnudo, casi enterrado en la tiniebla. ‹‹El cuerpo magullado de Alfil yacía soterrado››, dirían las ratas con la nervadura de Alfil entre sus fauces aceitosas.

La sonoridad de un gallo repartía su despertar ante la ventana del prisionero y las casas circunvecinas. La luz como siempre, entraba por el pequeño orificio de una ventana. ‹‹Alfil perdió a su cocodrilo en una redada taciturna››. Quién creyera que su mascota lo recordaba se encontraba en lo cierto.

Fuera del boquete un cocodrilo se movilizaba. Llamaba a las unidades cifras exponenciales. Quería enternecerse con la luz de las multitudes.


De día, no de tarde, la mañana enterraba su ilusionada existencia. Frente a demoledores trozos de hielo. A insoportables apariciones que impiden el flujo tenue. Situados ante el imponderable concierto de los objetos. Sin miras de asombro. Sentíamos el crecimiento de las mieses. El sudor de los molinos.


Dicen que es posible salir de la nieve obtusa. Dicen que es necesario salir de la nebulosa, ascender al límite de lo increado. Convertirse en piedra.

Dicen que es posible salir de la nebulosa. Afiebrado, ebrio, alucinado. De cualquier forma se concibe la dicha. Dicen que es posible tender tranvías digitales. Es casi deseable. Convertidos en objeto puro, saldríamos a teñir de colores la niebla. Pero dicen que es posible salir de la nebulosa. Es prioritario. Casi apriorístico. Es posible. Debemos salir de la nebulosa anclada al cuerpo de la palabra.

El perro se disponía a ser convertido por la luz: nunca supuso que una sombra sigilosa lo esperaba después de ser revelado.

Hacia el encuentro del mundo, a ser el yo de la tarde sin brazos. Para sentir el peso de la niebla húmeda. A ser el círculo. Para volverse un zorzal en su palabra entrópica. Para cantar la dicha del tajo en la sombra de la paloma. Para ser de luz. Hasta el silencio del canto sin forma. De la palabra extrapolarse a la palabra encendida. A una esfera de abandonada incandescencia. Hasta la quemadura del antebrazo. Volverse niño en el labio de la palabra mundo.

Alfil no concebía que fuese posible hablar. El estadio de su cerebro no reconocía la escala del tiempo: los tres escalones propios del reconocimiento de su ser y de su existencia. Había dejado de existir abandonando un proyecto imposible de alcanzar. El objeto correría por despeñaderos que la palabra muy pronto olvidaría. Alfil no creía factible la liviandad de su cuerpo. La divisaba como un sueño de todo lo vivido repentinamente consumido en la boca al querer musitar una primera frase carente de sentido.

La caverna era profunda. Infinita. Desgarradora a veces. La caverna habitada por reflejos. Fuegos fatuos abriendo surcos en la desgarradura de su piel conquistada. Únicamente el vago sentimiento de su propiedad no extinta, la idea de que la superficie envolvente es superior a la tempestad, al fuego y al ocaso. Su piel contorsionada en forma de cáñamo antiguo, reptil ilusorio, laberíntica habitación del sistema interno. Cuerpo azotado por la ráfaga de la voluntariosa dirección del hierro. Ligamento invertido al paso marcial de transparentes presencias lúbricas alimentado el eco de la incandescencia soterrado en el pozo. Enterrado en espacio de olvidado canto sin forma. Surcado de piel a cabeza. Con la mitad de la cara obscura y el pómulo derecho inflado y una vaga sensación de haber sido, un doblamiento de anhelos gravitando en derredor de un pasado extinto, de un futuro domeñado, de un presente con universales fracturas.

[ Dicen los budistas]

Todo es apariencia, el bosque aparente, el mar aparente, la luna reflejada en el charco del pozo aparente. El grito del Otoño deshojándose aparente. La media mitad del mundo en su apariencia lineal aparente. El eco de la Sierra Nevada aparente. El golpe del carnicero sobre la espalda de Alfil aparente. Las radiaciones del gallo vasto, del mundo en ciernes aparente.

Pero estos pómulos inflados, la piel contorsionada, el juego de los celadores aparente.

Aparente el día y la noche. Aparente el caminar junto a la mascota. Aparente la palabra herida en el pozo. Ya todo es aparente…

Sólo Alfil conocía el secreto de la apariencia abandonada en su caverna, atrás, en el patio o coladera del mundo, donde la voz única sueña y la palabra inasible se deshoja.


Nadie supo la forma exacta en que se fue desenvolviendo la escena. Salía del corredor y se encontraba a boca de jarro con una automaticidad alucinante. El corro de escarabajos de hojalata fundía la parte interior de un lienzo dorado. En fuego se convertían las calles. En parvillas de luto rasante. En avenidas cortadas. En fractura. En hueso. Sobresalían los ojos adormecidos por la espesa furia de la avenida. Las calles se amotinaban.

Esa gótica planicie presente. Las estrellas y las consteladas apariencias fijas sobre la superficie de cerros calcáreos. El verde follaje de la planicie. La muralla de las aceitunas. La divina latencia de la plata cortada. La música divina de un sueño en apariencia. La música del silencio.

Oscura habitación donde los enterradores cavan la tumba de la tarde sobre las calles invernales. La lluvia teñía la ceniza de la tarde. Esa muralla teñía mi indignación de vivir dentro y no afuera de una planicie con múltiples enterradores ciegos. Esa oscura y tenebrosa planicie de los enterradores. El furor del guano traga la sal de la nostalgia convertida en apariencia.

Salva esta noche otro silencio de armario seco. Suda el cuerpo Señor y su gota de lluvia cumple la misión de los libertadores. Sobre la planicie cabalga una avestruz de fuego. El cúndur sangraba. El cúndur sangraba. Cómo se derramaba el mundo, ay Señor, cómo se desangraba la tarde.

Nadie alcanzaría a olvidar el daño que a la tarde el fuego ha ocasionado. Sería imposible dejar de lado una historia, como si una anciana nos dejara mudos al cortar el hilo de nuestros propios deseos. Nadie que tenga cinco dedos de frente, mirando al Sur, puede siquiera jactarse de ser indiferente.

La diferencia radica en restar latitud a la memoria.

Sobre el temor de unos pocos quemados. Sobre la llama cernida al rostro de una amiga. Sobre el silencio impuesto. Cuidado. Atrás. Mira y detente a observar el eco que produce tu espalda. Gira de vez en cuando la cabeza. Dobla el eje de tu silencio. Fuma el día que comienza a anclarse como una idea fija que se disuelve eternamente. Sobre la cuneta. Encima del semáforo. Calla tu mirada de lo que fuiste un día. Silencia el sueño que brotó de la profundidad de tus entrañas. Libera a la palabra. Sobre la cabeza cortada de mis hermanos, el agua salada emerge, cubre, desaparece.


Sobre la rosa trémula, encima del asfalto surge una oración y una plegaria.

El silencio es tuyo, la palabra encima de los raudos elefantes blancos.

Sobre la idea del cambio surge una conciencia exacta. Disolución es su nombre.

Frente a la ventana los limones resisten al embate ácido del aire. Los campos enseñan que levantarse es agigantar el mundo. Verlo simplemente como una plegaria al creador. El polvo no existe cuando nace la flor. La conciencia es exacta.

El ámbito de la idea es un poco aburrido. Escabroso. Meticulosamente esculpido con cincel.

Sueña el vuelo de mariposa, zumba el cielo su deseo impostergable.

El ojo se refresca. Es tocado por la imagen hasta su conciencia interior. Es cansado el mundo después de atravesar su muro.

Transportarse a esa conciencia ideal donde los campos son verdes, sueña el eco de grillos y ranitas, se escucha venir un viento de leñadores…
El tenía la somera impresión de que el juego había comenzado hacía algunos miles de años. La operaciones se repetían en múltiplos inseparables. Una extensa cadena de eslabones, anudados en determinados lugares, impedía que la claridad extendiese su planicie sobre el tablero. El carecía de frase para cegar un arpegio, y mucho menos para eliminar cierta apariencia venenosa que pululaba vertiginosamente por un instante. El tenía la escasa sabiduría para entender el miedo, sus secuelas, y su propagación equidistante.

Los laberintos que de labio en labio se transmitían, solo podían lograr el acrecentamiento del aburrimiento. Las apariencias inconfesadas. Los sortilegios más espúreos, no impedirían que la reina se coronase nuevamente a través de un peón advenedizo. Alguien aferrado a la necedad de querer saltar el abismo que lo separaba del reino.

El laberinto del miedo silencia los corazones. Los apaga. Los vuelve frágiles, fláccidos, inoperantes. La inercia mueve las piezas del tablero. La inercia disloca una sílaba que vuela en forma de ave plateada. El laberinto del miedo ante lo indescifrable alarga la partida, los contendientes no dejan de incriminarse mutuamente, a pesar de una mirada angelical que florece a cada paso de la peonada. Nadie, ni siquiera el público creyeron tamaño espectáculo.

Ella desea alcanzar la palabra sempiterna. Ve hacia su zona difuminada la trayectoria zigzagueante del cocodrilo, el compañero de Alfil, por siempre jamás, para siempre, sin faltar a la cita, bueno, es poca cosa decir mucho…

Ella se lava su palabra en cada cueva de un miedo inamovible. No sabe que la muerte la asecha. A todos nos asecha la muerte, pero es deseable dialogar con ella. La dentada senectud no impide que el Rey suba a sus aposentos. Una fraseología de todos los días. Una identidad desfigurada por el ajetreo, mismo camino de todos los días. De la sala, al aposento, del baño a la sala, de la plaza a la periferia de un tenso sueño, ocre sueño incandescente.

En la sala un olvidado fantasma gime. Afirma que El no es el culpable, que sin embargo fueron otros, gime, a veces suplica, pero como siempre, desfallece y se desmaya electrizado, cubierto de yagas. En la sala el Rey observa, sabe que su orden condena a otros a quedar abandonados en la sala, fuera del tablero, sin ansias, sin amor, secos, indeseables.
El laberinto del miedo olvida su primer fortuna, la escurridiza fruta resbala de los miembros, el sabor de sendos caminos donde la apariencia de estar solos, nos vuelve inmortales.

La mirada en libertad es intransferible. Atesoramos su esencia como pesados guardarropas de hierro.

Empate. Los jugadores van postergando sus metas. Saben lo que se avecina. Sus antenas presienten cualquier vaticinio, y no dejan lugar a dudas. El empate permite la continuación del juego, otro día, otro día como tantos otros.


Fueron invernales las tardes. El río crecía llevándose la bosta hacia el lugar de siempre. El eco de una gaviota alcanzaba el ingrávido silencio. Solo la dirección de las hojas se apoderaba del murmullo. Fueron tardías las tardes recordando aquellas iconografías invernales: hojas, adioses, el yodo impregnado a las carnes, las capitanías jamás logradas, los besos que el mar de los adioses sellaba en brumosas fogosidades donde un minuto antes dos huesos quedarían dislocados para siempre. El río arrastraba la bosta contenida en las casas, la reciclaba.

En la sala caía otro peón del cinto a la montaña. Se adherían sus nervios al miedo infaltable en cualquier historia.

Cada fecha marca el paso justo y equilibrado del número. La caminata que no termina de precipitarse.

Alfil sale de su caverna diagonal y vence otra fuerza oponente. La iconografía invernal no alcanza a consumir el fuego en su cauce verdadero.

El ritual de los cuerpos petrifica por un instante la alegría de los seres luminosos. El río arrastra la bosta y su maridaje con el miedo: yo no, tu no, él no, nosotros no, todos en corro a vagar por el suspiro o estela que dejaron los cuerpos abandonados en el río, antiguamente electrizados. A lo lejos suena una plegaria, como traste viejo a punto de romperse.

Ellos nos miran, nos persiguen, nos insultan. Su silencio es la carga de todos los días en la antesala y en el interior de la sala. Frito un cuerpo salta nuevamente de su apresado murmullo.
Nadie quiso continuar esta historia. El empate era inminente. Los jugadores nuevamente agotados evadirían la respuesta.

Fueron invernales las tardes. ¿Quién se atrevería a olvidar esta alegría de tajo que comienza en primavera? ¿El vaso con agua que bebemos, la sonrisa que traspasa la carga de la oscuridad, el encuentro residual de los cuerpos, la visión elevada, la plasticidad de las nubes? ¿Quién olvidaría, por los siglos de los siglos, la fractura liberada?

La voz de las multitudes anima el juego. Lo subvierte. Lo hace más visible, se repetía el oponente. Este no quería cejar en el instante. La necedad logra una nube, pinta el universo, lo llena de estrellas. El relato se vuelve más respirable ante la certeza de lograr siquiera un pedazo de Primavera.


Duerme mi niño duerme. No desfallezcas, alegra la testa erguida, no cejes en atravesar un mar de intempestivas animosidades, salta, juega, ríe, se, no temas, nada sucederá, todo ha calado en nuestros huesos, todo ha sucedido, duerme mi niño duerme, descansa, florece…


Bajo la silueta fina de tus cejas se acrecienta la fundición de los esqueletos de mi cuerpo, los otros seres pasajeros se disuelven junto al mar y su espesura desdibujada.

El aroma de los labios se acrecienta al pasar la noche, los faros son esbeltos, se escucha el rechinar de un camastro en la habitación contigua.


Esta fragancia verde no la detiene ni la noche estacional ni la palabra aurora. Este desliz de eternidad metamorfoseada hasta aplaudir el yugo de la lengua. Esta fragancia que no cesa de impregnarse al vestido, el vuelo de los labios, la pradera no disuelta…

Sin yugo, cómo podría describir tus encantos, si me haces vibrar como una tempestad incontenible, los faros se agitan impulsados por el viento.

Sobre la saliente de tus ojos se inspira un duende antes de volver a su bosque original. El viento levanta nuestras cejas, salta una lengua y se hace labio, torna esta lengua a convertirse en mar, bajo la brillantés arbolada de tus ojos, esferas, el polvo. De tus ojos dos barquichuelos se alzan desde el puerto. Danza mi vientre la matriz de tu enagua, ‹‹éramos como una flor trenzada››.

La vulva de tus labios mueve mis ojos. Su avidez los espejea. Quiero dormir al borde de esos labios, golondrinas incrustadas en la escena como palomas de cristal.


Si todo fuese tan simple. Si Señor, como si todo pudiese quedar encerrado en una hipótesis, la idea no es vaga, incluso peca de convencimiento absoluto. El libro donde lo que yo considero mi cuerpo, junto con la idea visual de yo mismo, son parte de una historia. De seres humanos nos convertimos en personajes. Una mano inmensa, energía luminosa, conciencia cósmica van delineando nuestro aprendizaje en la tierra. En un instante que puede ser eterno, saltamos de un estado a otro de conciencia. El cambio cósmico lleva consigo múltiples metamorfosis, materializaciones de distintas especies, muchas de ellas “feroces”. El caminar, la mano que se levanta, el pie que deja una huella en la arena, la manera de dirigir la mirada, la forma de cualquier saludo, cada paso fue provocado, el hilo de una historia más grande, inexorable.

Estamos seguros de una cosa, el Poeta no falla al pulir una flecha con su propia mano. El centro, si existe, es el instante.

La llamada de la tarde. A una hora inefable, en ese tiempo donde lo sublime no pierde tiempo, a tal posición de la manecilla solar, florescencia de corazones trenzados, a esa hora de frenética exactitud en la órbita, se divisan las palomas a la orilla de la bahía…El mago de Fisterra se encuentra a si mismo, vuelve a inventarse, se transfigura en
Estudio de caso, y escribe su propia leyenda con la tinta que la saliva hace parir toda alquimia necesaria. Soñar es fecundo. Irremediable.


Si todo es darse cuenta que la muerte nos habita…

Sobre el tablero se frota la cabeza, una y otra vez, aguza la mirada en la forma de un gato de luz. Se pregunta, lentamente va auscultando, delimita el trazo de las piezas, proyecta hasta quedar vacío. Errante. Sale de la nada e investiga. Frente a su rostro, salta un simple e irremediable juego. Sin cimientos para detener su derivada, se pregunta, gotas ilimitadas de sudor bañan su rostro, algunos peones avanzan en el flanco oponente, el sol embiste con su radiante opulencia estival, se pregunta, si la noche fuese interminable una escritura perdería su vestimenta.


Sale a caminar la maleza. Vemos agitarse su silueta…

Niebla espesa que creces y vas ocultando los rostros, todo se adormece, mientras una aspirada acre renueva el ocultamiento de las siluetas. Desparecen los cuerpos, las mujeres caen, caemos hacia la superficie fría del pavimento, una liebre se esconde, águilas se diluyen entre la niebla densa, lacrimosa superficie de palomas irritadas, el oxígeno se agota por un instante, algunos huimos desesperados, otros caen y se desvanecen entre espasmos, gritos. Niebla espesa, lacrimógena…

Se celebraba la derrota del Dictador…


[ La historia ]


Escribano, tu que llevas en tu andar el peso de estas horas, casi una llovizna pasajera, idea remota de un tiempo líquido que atraviesa techumbres y se desplaza sempiterna sobre las ventanas en intimidad oculta. Escribano, vas anotando el cauce de mis horas, siguiendo mis pasos como un observatorio con ímpetu de inercia, el cansancio adherido a tus párpados, y ese nerviosismo ante la voz ronca e imperativa de tu jefe. La hora se marca en tarjeta, edades que nunca vivirás pues estás atado a un escritorio que se cae de viejo, a un emblema que se cae de viejo, y a un imperativo que se cae de viejo. Libros, hojas, máquina, cinta, revisar hora tras hora la frase oculta, o lo que se esconde en la frase. El porvenir sujeto a una función de escucha, de simples transcripciones, tocar la puerta de al lado, escuchar ese Adelante y el porvenir atado a unos impertinentes que cifrarán correctamente el mensaje. No puede existir falla, so pena de multa: transcribir nuevamente el libro diario de mi andar sobre esta tierra, como caído del cielo. Siento en carne viva tu infructuosa labor de traductor de códigos subyacentes, todo se reduce a un estar a veces fijo y otras veces en completo movimiento. Abandona la página, te lo suplico, abandónala.



Tú te jactas de sostener la cruz en tus manos. Una sonrisa de sanguinario dinosaurio se dibuja en tus manos. Prefiero imaginar que eres un personaje inefable, un siniestro fetiche de goma para avivar antiguas y terribles pesadillas. Prefiero imaginar que de la hielera fuiste llevado al tocador a tus ochenta y tantos años. Así dice la tropelía de orangutanes que sigue tus últimos estertores, provenientes de la cloaca en ocaso. El maquillaje es perfecto, el terno rayado bien rayado empaña esta fotografía infecunda. Pero para serte franco, no me explico como sostienes la cruz en tus manos. Sé que se te ocurrirá convertir tu genocidio en cruzada, pero no es posible. Una cruz abrasará tus manos con fuego, mientras un helicóptero recordará los nombres que fuiste arrojando a las profundidades, vacíos por el peso de tu corvo en nuestros cuerpos. Don´t worry, be happy! Esta música maravillosa vendrá como una lanza a coronar los últimos días de tu imperio. Sueña siniestro personaje de bisutería cosmética. Sueña hasta que la calandria te enamore con su canto. Aunque te repito mil veces, por los miles que dejaste arrumbados en el camino, prefiero imaginar que saliste un instante de la hielera, sólo por tu infecundo placer de espantar el dulce y merecido sueño de los vivos.

Tú te jactas de sostener la cruz entre tus manos, pero estoy seguro que no observas, por tu obtuso poro el detritus únicamente lanza improperios. ¿Cómo vibrará la imagen santa? Hasta ver esta fotografía hace dudar. Retorcerse en un silencio cómplice que nos lleva a tu queridísimo abrazo de sanguinario dinosaurio. Pero estoy seguro, en cualquier lugar en que te encuentres, vendrán a visitarte los miles que dejaste en el camino. Don´t worry, be happy!


Petrificado a tus ochenta y tantos años, no puedes dormir. La serenidad fraticida, de fogoso esperpento, se ha ido, se ha fugado. Sé que no te explicas cómo fue posible. Desde la cima no veías las figuras dilaceradas por tu mandato, viajabas de continente a continente con una seguridad cavernaria. Creías que la imposta de tu uniforme “impecable” protegería tu viaje de las acechanzas de miles de miradas silentes, de dolidas presencias que vociferaban tu nombre desde la empalizada, el río o el mar con su dolor profundo, tu tajo sanguinario. No te explicas ese vivir lejos de la tierra que te vio nacer, donde tus medallas de general o como tu dices, comandante, sirven para ver la tele. O para pensar que desde una revista pides clemencia con un pequeño rasguño estomacal, o una enfermedad imparable. A tus ochenta y tantos años olvidaste a las miles de familias que se vieron en la necesidad de abandonar su tierra, sus sueños más queridos por tu asquerosa frase: misión cumplida. Pobre viejo. Pero el asunto es más profundo, habla de tu prole y de tu realeza, hablan de tus garras que se enterraron en mis huesos y me arrojaron al mar. ¿Te acuerdas de aquel maravilloso corvo que blandías para destripar a tus opositores? ¿Lo olvidaste? ¿Te acuerdas de los degollados? ¿Te acuerdas de los jóvenes quemados? ¿Te acuerdas de tus vías de acceso a garrotazo limpio. De la nube de siempre, ácida, que volaba nuestros sueños, mientras el ahogo nos volcaba a ese silencio mustio del desvanecimiento? ¿Cómo seguirte la pista, ahora que felizmente te encuentras al otro lado del continente con esa impotencia irrefrenable del que se mira entre las rejas? Pobre viejo, anciano, dinosaurio, lagarto, alimaña, tantas imágenes maravillosas para representarte desde las profundidades.

Una enseñanza subyace e impulsa la ruptura del silencio. La verdad está cerca de Dios y no la mentira.



El cansancio va abrasando tus huesos. No digas nada. Abre un poco la mirada y observa a tu alrededor. Al otro lado del océano se extiende una planicie desolada, por donde la frecuencia del tiempo discurre, entre escena y escena. Una fotografía que el polvo no ha mellado. Sentado en una mesa el escritor sigue tus últimos y desvalidos estertores.

Alza una plegaria al viento. Que la confesión de tu escarnio sedimente la fragua de una historia que a veces se torna intraducible. El miedo la torna intraducible…

Que la confesión de tus desvalidos huesos impulse una verdad que no será fatal para tu realea.

Presiento los últimos instantes de tu sueño. Veo el dragón que devora, una a una tus entrañas, y me duele tu vertiginoso silencio. ¡Misión cumplida! No es fácil decirlo. Nunca será sencillo reproducir la frase sin acalambrar un poco los dos brazos, y poner sonrisa de nutria.

Las escenas se repiten. Van del cementerio a la atalaya. Y nunca aceptarás el error. Eso es insostenible. Que tu vejez prematura, a tus ochenta y tantos años, libere una partícula de sabiduría y no de enceguecido estiércol, de cavernario silencio. Una palabra, entonces, más allá, de la misión cumplida y el sonido de las palas removiendo la tierra de tu futuro entierro.



A altas horas de la noche el escribano recibe una llamada de su jefe. Un silente chillido de animal afónico espanta la costa de su sueño hipostasiado. Y este pip…me despierta a estas horas de la noche para que yo, para que yo, para que yo, escriba y escriba, deletree las frases, coloque incluso los acentos faltantes. Pantuflas calzadas, dolor de animal raquítico a punto de cumplir una ordenanza. Verse al espejo, seguir el curso de cada arruga acumulada, mirar la tinta pegada a las manos, sentir el tufo de cada libinidoso cigarro. Lavarse los dientes, él prefiere la limpieza antes de comenzar su faena absurda de escrutinio y seguimiento. Sabe que está cansado, lo manifiestan esas infranqueables sombras en sus párpados, y el sentimiento de una labor únicamente sostenida por la inercia. Ha olvidado los años que ha invertido en su vida con el mismo agotador oficio. Sin chiste. Recuerda los folios, oficios, carpetas, fotografías, los lugares, las rutas, las posiciones y un ascendente dolor de cabeza comienza a hacer de las suyas, a manera de súplica, no otro día más, no por favor, un vago recuerdo a habitación mojada con olor a naftalina, y los cerros de libros escritos como reproducción de los pasos del personaje estudiado. Todo, según su jefe y él, está clara y estrictamente registrado. Es lo único que alimenta esa endiablada y absurda tarea, a manera de voluntarioso himno de mítica patria añeja, ellos repiten lo claro y estrictamente registrado.

Es importante relatar algunos detalles del seguimiento. Tipología abundante en absurdos y ficciones que harían reír a más de mil niños cuerdos. El seguimiento comienza con la aparición de un primer balbuceo, agú agú, escriba clara y estrictamente, agú agú. El escribano mira a su jefe de arriba hacia abajo, aunque no está demás afirmarlo, nunca ha podido verle claramente los ojos, pues unas gafas negras esconden el destello de su mirada. Fluyen en su cabeza todo tipo de ideas, este es un enfermo se dice una y otra vez. Le nace una pequeña franja de duda y la expone a boca de jarro. ¿Perdone, señor, realmente quiere que escriba esta guevada. El rostro de su jefe, su no ínclito corte expresivo lo lleva a disminuir lentamente el movimiento de sus manos críticas que acompañan la pregunta. Nunca se le olvidará ese cállate gueon rotundo, claro y estricto, y el agú agú, con la cachetada dada en pleno rostro, la cuota de indignación que se va olvidando con los años y su frase particular de pez en turbio océano. Una pega es una pega. Agú, Agú…


Las apelmazadas horas envuelven tu sueño dictatorial. Una telaraña de acalambrados murmullos va desvistiendo tu silencio. Las últimas horas esperan la confesión de tu historia con un pequeño, horrendo gesto de disculpa.


El autor implícito se pregunta una y otra vez acerca de la función de su relato. Acostumbrado a crecer en mundos informados, donde la emisión de códigos contemplan la existencia de receptores, donde el sonido se propaga tantas veces más allá de la velocidad de la luz (a contra corriente). Planos múltiples forman diversas figuras técnicas, algunas paridas de un incógnito adentro que el juego trata de resolver con sanidad, imaginando reglas, dispositivos que no frenen el movimiento.

El cocodrilo decidió darse una nueva escapadita con aferrada voluntad estética. Pensaba en la utilidad de cierto vivir ligado a la animación de las calles, los escaparates, los vehículos, los semáforos, el fondo y los bordes. Cierto color metalizado, escarcha y bruma en el ambiente, atemperaba los huesos de las figuras en su diario camino hacia el objeto. La temperatura invernal obnubilaba las esencias, aunque el sentimiento disociado podía volverse unidad compartida. La tempestad había generado en los más jóvenes un absurdo sentimiento de realidad circense, acre, metabólica. Había tornado la verdad en una frase que cada emisor lanzaba para disminuir la reacción de su oponente. Las siluetas bien trajeadas, zapatos lustrosos, uniformidad de hábitos, colores semejantes, desdibujados rostros, caminar hacia el objeto, miles de avances y retrocesos, manos en los bolsillos, familias abrigadas, bufandas, gorros, el macizo albo de la cordillera nevada, saltimbanquis, todo tipo de vendedores sobre el paseo, histórico y bien ponderado paseo, la brillantez del objeto apetecido, la necesidad, el hambre, el silencio impuesto, la tempestad antigua, su violación primigenia…

En la plaza, y estoy seguro que lo recuerdas, porque cada uno de nosotros no podrá olvidarlo ni siquiera después de regresar a la tierra, en esa plaza donde te jactabas de imponer órdenes y condenas a diestra y siniestra, con tu vestido de soldadito de plomo, caso y vacía, enguantado hasta los sobacos, en esa plaza las palomas trinaron una crepitación silente y angustiada de padre sin hijos. Sebastián Acevedo prende fuego a su existencia, después de tantas y tantas puertas cerradas, tantos teléfonos sin descolgarse, tanta búsqueda infructuosa. Uno más a la larga lista que asegura tu camino de anciano rechoncho, debilitado por la fragilidad enfermiza y la impotencia, ahora sí compartida, de vivir lejos de la tierra que te vio nacer. Experiencia compartida, porque somos miles, nos mandaste lejos, muy lejos. Hoy visualizo tu rostro ajado, comandante sin estrellas, y pienso si será posible. Tengo fe en que será posible. Recuerda que apenas llevas unos meses lejos de la tierra que te vio nacer, nosotros llevamos años. Misión cumplida…


Pasaba el tiempo convertido en horas, las horas transformadas en segundos, la manecilla y el movimiento del espacio dentro y fuera del tablero. Fluctuaban los sucesos, el río bañaba nuestros pies, nos preguntábamos de cuerpo entero acerca del lugar, el domicilio donde fue robada la ternura. Las interrogaciones acentuaban el asombro petrificado en nuestros rostros, la cara un tanto mustia, estrujada.

Alfil y cocodrilo pierden el habla, una coyuntura de fuego silencia sus sentidos. A partir de esa fecha uno de los personajes perdería completamente el eje. Vagaría como un sordomudo hasta que una luz poderosa soldara los huecos y lagunas. Ambos se abrazan, se sostienen compartiendo pequeños reductos de fuerza, el espacio ondula de manera insistente (frenéticamente), el aroma a piel crepitante se impregna en sus cabellos, la existencia barre con el olvido.



Dos buitres pintos se cuelgan en el dintel de tu ventana. El olor a naftalina, a enfermedad crónica embota tu cabeza vertical. Las sábanas de vez en vez se agusanan, el aire se detiene y se abre como boca serpentina. Yo sé que observas a los buitres con despecho, incluso me llega el llamado de tu deseo. El bastón está muy pero muy lejos, al otro lado de la habitación donde tu cuerpo de bestezuela se debate entre la vida y la…Mejor está no mencionarla, no lograrás ensuciar estas páginas dedicadas a ti, con mucho cariño. Dos buitres pintos se balancean desde el dintel de tu ventana. La flor de plástico que acompaña tus últimos días huele a flor marchita. Dos buitres pintos dejan clavadas sus miradas en el centro de tus ojos. Esperan el festín de tu carne, la placentera entrega a la cadena alimenticia. Yo solo espero una frase, un instante de lucidez después de tantos años. Yo solo espero que en tus últimos días vuestra confesión sea sincera. La cagaste, Dictador, la cagaste, no hay más. Nada es posible. Todo se ha hecho, más sin embargo, ¿en tus pequeñas manos de anciano enfermo podrá cobijarse una pequeña punta de luz del tamaño de un alfiler? Soñar no cuesta nada. Dictador, ex dictador, hoy anciano enfermo, yo solo espero una frase, un instante de lucidez después de tantos años.

Dos buitres pintos dejan clavadas sus miradas en tu frente…


Estás viejo, infinitamente ajado, acabado. Dice la prensa que una enfermedad física rodea tu figura obtusa. Recuerda que los buitres, dos buitres toman asiento en el dintel de tu ventana. Enfermedad, vivir al otro lado del continente, pequeños pesares para tu alma enferma.

Solo espero que un diminuto orificio ilumine tu caverna putrefacta. Una pequeña gota de luz en confesión para aclarar la niebla que creaste. Viejo, acabado, general sin estrellas, soldadito de plomo para coronar una patria vendida.

Recuerdas a ese joven fotógrafo, cruelmente quemado por tu imperio de bruma.

Recuerdas a los profesores que aparecieron, con un tajo que nos llegara hasta lo más profundo. ¿Ya lo olvidaste?

Ellos avivarán el silencio de tu último estertor.

Los millones que viven fuera de su tierra, a causa de tus hilos de marioneta, son un muro para impedir que manches nuevamente nuestro suelo americano con tus garras.

Libros, folios, videos, fotografías, recuerdos, angustias, héroes silenciados por la amnesia, bibliotecas enteras forman una ventana que clarifica nuestro idioma. ¡La cagaste!

Sólo espero que la enfermedad te lleve a la palabra verdadera, no al encuentro con tu Dios de peluche y estropajo.

Recuerda que dos buitres se balancean dulcemente en el dintel de tu ventana.


La reina detiene la espada justiciera de Alfil a punto de caer encima del espinazo. Se adelanta para normar un juego limpio y no desvirtuar la guía del juicio. La ley se nivela cuando los antecedentes son abrumadores. Las víctimas aclaman justicia, los desaparecidos piden justicia, los torturados piden justicia.

La balanza puede evitar un desenlace al estilo de Fuenteovejuna. La reina se levanta nuevamente e intercede para continuar con el juicio. Alfil guarda nuevamente la espada. Desde los cinco años, desde los cinco años comenzó un infierno, las víctimas piden justicia.


Con cada gota de sangre fuiste construyendo tu palacio. En el mismo cerro libre donde jugábamos de niños. Le plantaste vigas al cerro, le pusiste espejos al cerro, cámaras, cercas eléctricas y un nido de soplones alrededor de tu palacio. Con cada gota de sangre se llenaron tus bolsillos, tus empresitas de soldadito de plomo, tus prácticas de cancerbero. Con cada gota de sangre fuiste inflando tus guantes, tu carita rechoncha de chinche hoy chupada. Perdona la aliteración, si es que sabes acaso lo que esto significa. Tu carita rechoncha de chinche hoy chupada.

Y no fue un misterio, acaso un mito o un cuento circense. Tus nubes lacrimógenas las tragamos hasta decir basta, pero no olvidarás que fuimos muchos los que salimos a las calles, nos defendimos, y lentamente tu voz se fue quebrando. Tu carita rechoncha de chinche hoy chupada llena el asco de las víctimas, de los seres invisibles que hoy acompañan tus últimos días.

Una procesión marcial de antiguos combatientes, jóvenes cultos e ilustres, esperan a la entrada de tu casa, hospital o cementerio. Héroes que la amnesia ha querido proscribir de la historia, recalcitrante, serpentina.

Ellos quedarán algún día en el lugar de los hombre ilustres, fuera de tu historia añeja, venenosa.

¿Recuerdas al comandante José Miguel? A ti te tocará esclarecer la forma en que lo mataste.


Es inmensa y majestuosa la cordillera de los Andes. Miles de ríos la atraviesan, agua pura donde los cuerpos desnudos se bañan e incluso logran beber de sus aguas. De noche las estrellas iluminan una soledad inexistente. El sonido de los ríos, la quietud de los manzanos, el salto de una liebre, al aroma del pan amasado en horno de barro. Todo es majestuoso. Hasta las arañas corren libres sin adiposo veneno.

Desde una cima veo la silueta de Alfil lanzándose en picada. Una indescriptible sensación lo protege. Veo la forma en que se lanza con las botas enterradas en la grava. Varios metros, casi un precipicio, algo insustancial en comparación con esa herida primigenia.






Las torres, los peones, los caballos, los alfiles se apoderan de las calles. La fuerza y la humedad habían vencido el miedo. El imperio del silencio fue derrotado. Sin embargo, las escaramuzas fueron inevitables…

La gente, la medida de la figura humana en su expresión colectiva fue despertando de su letargo. La maquinaria represiva era esquivada con múltiples voces en lugares distintos, con rostros y máscaras en tiempos distintos, la barrera del silencio caía como un muro absurdo, humedad de cadenas, invento de soldaditos de plomo, seres a los que disgusta la diferencia.

Comenzó una noche con cacerolas, en las casas se golpeaban las cacerolas, signo de hambre y rechazo al Dictador. ¿Te acuerdas? Por las noches se veían las barricadas para impedir que la soldadesca entrara en las poblaciones. Mucha gente se defendía.

Una liebre se dispara y corre con su información. El chiste se vuelve anécdota, la anécdota leyenda, la leyenda cuadro de la historia. Uno de los soldaditos que disparaba, cara pintada, disparaba al aire pese a la orden de su jefe. Del otro lado de la barricada se encontraban sus amigos, vecinos y parientes. Le había tocado la suerte de bailar en el servicio. Por lo menos disparaba al aire.

Años de lucha y de desgaste, de pequeñas derrotas, de sufrimiento y de alegría. Años donde lentamente tu mano de “hierro” se fue ablandando, sin contar las infinitas tiradas de oreja que te daba tu jefe mayor, pero eso es parte de un segundo libro, parte conocida donde únicamente la meditación y el análisis puede llevar a elucidar, a tejer correctamente.

Si tus huestes se desplazaban hacia un lugar, ellos te caían por la espalda. Pocas veces fue de frente, sólo sucedía cuando las fuerzas estaban empatadas.

Un poco de leña para avivar tu corazón sanguinario. Darle fundamento a tu labor absurda.

Dices que la patria. Te lavas la boca con la patria. La patria por aquí, la patria por allá. Marchas, saludos. Cantas el himno. Sin embargo estudiaste en el país del Norte, lo sabemos, está archivado, las fotografías me acompañan.

Te veo joven con tus gafas negras aprendiendo cursillos que hoy han perdido el fundamento. Con tu carita de púgil, los lolos guachacas que te acompañaban, bad boys, saludándose con carnecita entre la dentadura y el mondadientes. Formándose al instante cuando el mocetón rubio los obligaba a cumplir la misión de todos los días. Y agachabas la cabecita cuidando que tus gafas negras no calleran al suelo, te habían costado unos cuantos dólares y de regreso querías presumirlas con tus minitas, mostrarles tu hombría, tu manejo del idioma, un poco lento y disociado, pero bueno, todo se te aguantaría.

¿Cuántos viajes te pegaste, cuántos cursillos fuiste recibiendo en el extranjero? Cursos inútiles. Únicamente sirvieron para masacrar a tu pueblo. Y con qué carita luego cantabas el himno, levantabas el vuelo nacionalista de gente ignorante.

La ley no avala tus crímenes de lesa humanidad…

Una ratita canta fuera de mi casa. ¿Será una de tus hijas?

El asunto importante es aprovechar este tiempo hermoso para refrescarte la memoria. Dicen que a cierta edad los recuerdos se nublan y que el plano tridimensional de una mente promisoria se vuelve cartesiano. Piensa solamente en que tu eres una variable, el resultado de tus actos son otra variable, elige la que quieras. Sin embargo la voz que te habla es la última, es la z, estás perdido, y lo sabe la señora tarareando y tarareando, berreando con su carita de niña malcriada, aferrada a tus gafitas negras. I love you- dice cantando su cantinela antigua.


Te tocó bailar con la más fea. La señal televisiva es contrastante. La semana pasada ya no podías caminar, llegabas en silla de ruedas. Esta semana en flash back apareces rechoncho saludando alas cámaras y a tu pandilla. Bad boys. Sonriente, con carita de no pasa nada, un simple trámite, pero en la mirilla sabemos que estás en las últimas, estertores de variable cartesiana.

Vamos a transitar de la forma espectacular a la esencia. Eres una personita agobiada por la enfermedad. El cuento ya lo sabemos. Falta un gesto. Descontando las fotografías en todos los planos que me has tomado, reales e imaginarias. Recuerda que tengo el doble y una herida que no se cierra.

Fuenteovejuna. Te recomiendo que leas el libro, si es que sabes leer en español. I love you.

Dicen que dicen que dicen que alguna vez escribiste un libelo. ¿Me creerás que perdí mi valioso tiempo leyéndolo? Era una sarta de códigos nacionalistas, fetiches del poder, patadas en las canillas, alimentando esa absurda idea del enemigo interno. Pero ahora que se te calló el muro, ¿qué puedes hacer? Se te calló el cassete.

Recuerdo a un actor humanista, con un disfraz que te hizo retorcer por dentro. Llevaba la banda presidencial, unos bigotillos de morsa, y mientras cantaba daba saltitos a manera de renacuajo. Lo tomaste como ofensa, y para adentro, a la cárcel. En ese tiempo te creías invencible. Años más tarde la opinión nacional expresada en el voto dio su rechazo rotundo a tu imperio. En medio de un alzamiento democrático, votación, algarabía, guerra, lucha cuerpo a cuerpo, show boxístico, teatro circense, teatro callejero, oraciones, suicidios, fornicaciones, trabajo, estudio, en medio de la vida según el actuante, el punto de vista, el sentido. Lo cierto es que estábamos hasta la madre de tu gobierno. Lo cierto es que surgía y se alimentaba una necesidad de decir, de hacer, de ver, de amar, de sentir, sin que una bota nos pisara los talones. Sin que el pitito sonara para llenar de miedo e impedir lo más humano de lo humano, el derecho de reunión.

Sale un carrito echando agua por las calles de Santiago. Lanza agua jabonosa y estancada sobre la multitud vociferante. Le llueven piedras, ladrillos, tablas, botellas, artefactos explosivos…

Sin embargo el mayor acto de pugilismo popular fue cuando se había perdido completamente el miedo y la multitud echó a volar la imaginación. Sobre el carrito lanzagua comenzaron a caer bombas de pintura. Bolsas y botellas con pintura. Era risible ver al pobre carrito lanzagua convertido en una carcacha surrealista. Un artefacto que había sido importado para atemorizar a la población civil quedaba convertido en una piltrafa con múltiples colores. La gente aprendió a responder con ironía, perdiste otra jugada.

Evaluar el costo en que incurrió el fisco importando tanta basura innecesaria es parte de un nuevo relato.

¿Dónde quedaba tu guerra, soldadito de plomo?

El tiempo inexorable fue estableciendo cada andamio de tu nuevo palacio. En ese mismo cerro donde jugábamos de niños asentaste tu trono. ¿Quién es el animal?

Escucho la rasposa latencia de tu respiración entrecortada, tu corazón da brinquitos, salta de arriba para abajo. Sabemos que estás enfermo.

Dos buitres pintos dejan clavadas sus miradas en tu frente…


Viejito canalla recibe inyecciones de cortisona para reavivarse, signos vitales débiles, los recuerdos se agolpan, ímpetu. Viejito canalla respira entrecortadamente. Mascarilla, escalpelo, traquetomía. Los camarógrafos se reúnen a la salida del hospital. Octavo día, tras prolongado silencio, muchos van recuperando su identidad perdida, su verdadero rostro. Viejito canalla recibe inyecciones de cortisona. Destino: España. Medio de transporte: indistinto. Viejito canalla recibe inyecciones de cortisona, el sol demanda justicia.

Misión cumplida…


Veo que despiertas, toco tu puerta con la llaga en mis dos manos, una leve brisa se introduce por el visillo de tu puerta, sopla y congela. Veo que abres los ojos, envejecido, trémulo, absurdo. El corazón se levanta e impacienta, el corazón desgastado fustiga los bordes de tu pecho, pide su negra libertad, salir del cansancio, eliminar el absurdo. Sientes la brisa que cubre el sudor frío, las manos invisibles que danzan en derredor de tu lecho. La humedad trepa y se apodera de todo. Cada mañana una enfermera debe cambiar las sábanas oscuras, con hongos y pelusitas verdes. Veo que despiertas, el marcapasos sabe y espera, el marcapasos, señal ineludible espera vuestra confesión para abrir una puerta. Aunque el sueño de tu cordura pueda más que cien silencios.


Huele a formol en la habitación vacía. En el centro una cama con frazadas blancas y pintitas negras, de la misma forma en que un afamado pintor arroja gotitas con su escuálido pincel. Frente al lecho se encuentra un mueble con cobertura blanca de acrílico, sobre el mueble un enorme y aparatoso televisor con entrada para 300 o más canales. Encima del televisor un florero blanco de porcelana y dentro del florero unas flores plásticas con múltiples colores. El cuadro se cierra con sendas cortinas negras con doble protección. La protección estética está confeccionada por finas telas que provienen de Oriente. Detrás, cubriendo la pequeña llamita sobre el lecho, dos cortinas con hierro antibalas finalizan la descripción , por lo demás sucinta.

Estertórea y acabada es la figura del ex…Una pelusita alcanforada protegida por infinidad de tubos, máquinas, calentadores, máscaras de oxígeno, termómetros, yodo, algodones y múltiples enfermeras y médicos que diariamente lo visitan. Hay que constatar ciertos problemas en el funcionamiento eficiente de la labor médica. Ayer surgió una discusión inesperada entre uno de los centinelas y la enfermera de turno. Ella olvidó su gafete obligatorio y discutía su derecho de ingresar a la habitación del ex. Pasaron horas antes de que pudiese comenzar su trabajo. Al entrar, tras una mirada licenciosa de uno de los centinelas, encuentra a su paciente de pie sobre la cama palpando las paredes blancas de la habitación, como si tratara de aplastar a un insecto. Su rostro no puede ocultar una sonrisa, mezcla de compasión y vergüenza. Las piernas flacas, su vientre combado, el buche arrugado, la inefable acción sobre las paredes forman una actuación de polichinela parisina, de esas que hacían volcarse de risa a Luis XIV.

Las manos ajadas persiguen arañas cristalinas sobre el muro blanco. Salen apresuradas desde la almohada y se reparten por la habitación como bombas de racimo. Enroque. Infinitas e inagotadas, cubren el espacio con olor a formol, juguetonas van desgastando las últimas unidades de energía que le quedan al ex, soplo inaudito, inercia que alimenta la construcción de un personaje.

Imagino las manos compasivas de la enfermera jaloneando la estructura esquelética del viejo. Su negativa rabiosa y terminante, iso facto. La necesidad de ayuda, el llamado a los dos centinelas, el revuelo general en el hospital, comentarios, telefonazos, el ex se ha vuelto loco, varios doctores, enfermeras, centinelas armados apoyando con el debido respeto, la cara hipostasiada del viejo, mirada encendida, una jeringa en el muslo izquierdo, imprecaciones hacia todos los presentes, muertos y vivos, recuerdos de gloriosos y antiguos zafarranchos, espuma que brota de su boca, párpados caídos, bruma oscura…

Una jeringa en el muslo izquierdo, duerme una pequeña pelusita en el centro. En la cabecera se alza imponente la fotografía del ex en sus mejores años. Gafas negras, cachetitos furibundos, saludo, paso marcial.

El tiempo es inexorable, las saladas aguas desgastan y devoran la fortaleza más sólida.



El cordón que descorre la cortina empieza su movimiento. Las ventanas impulsan su claridad, con una varita convierten en objeto lo que antes eran una simple sombra. Retroceden las arañas, saltan los renacuajos, por el visillo de la puerta salen en fuga cientos de culebras.

Las sombras se apelotonan, entre chillidos de parcas enuncian su tiempo, determinan la ubicación de su presa. Cuando la mano blanca abre una ventana, chillidos, algarabía infernal, esporas, polillas, las alimañas del pozo salen disparadas, furiosas e indiscretas.

El triángulo de luz termina donde comienza el objeto. En el centro, la cabeza oculta entre las sábanas, el sudor frío de una noche cargada con silentes pesadillas, la cama temblorosa y la figura ajada del antiguo pugilista. Encima de la cabecera, el retrato en la cima del estrellato. Junto a su lecho, se siente la mano y el cuerpo de la enfermera. Compara las dos realidades con ánimo de tejedora. El antes, farándula, marchas, ordenes rabiosas, no se levantará una hoja si yo no lo dispongo; el después, el ahora, el instante del hastío y el cansancio, figurita temblorosa oculta en un lecho de hospital, casi una nadería, acosado cada noche por espantosas presencias.

Los matutinos en la esquina de la plaza anuncian la condición del ex. Alfil se detiene a observar los titulares. De su lado derecho aparece una figura rechoncha. Un hombre con 1.90 de estatura, fláccidos y rosados carrillos, devora ávidamente un hot dog, mientras lee también los titulares. Con su brazo izquierdo da un leve golpecito al brazo derecho de Alfil. ¿Quiere que le cuente una historia joven? La mayonesa forma dos semicírculos simétricos, la boca exhala aroma de hot dog y una alegría de liberto, ligereza del cuerpo tras fatigoso cautiverio. La curiosidad periodística o semejanza espiritual se torna en un Sí rotundo, respuesta que aviva el relato de la figura con mayonesa en los labios.

(3x7=21x4=84x12=1008x84=84, 672). 84, 672 cerillos. Tres comidas diarias a lo largo de una semana, multiplicadas por cuatro, dan un total de 84 comidas en un mes. Ochenta y cuatro comidas durante un año multiplicadas por los 84 años, mas o menos que se supone que tiene, forman un total de 84, 672 cerillas. Las cifras son parte de un modelo que nos servirá para deducir determinadas leyes. Por lo tanto existirá cierta distancia entre el objeto y la realidad del objeto. Quizá aun no cumpla los ochenta, posiblemente en la muestra se encuentre rayando los noventa. El caso me tiene sin importancia. La mayonesa en los labios acentúa la frase concluyente, se limpia con una servilleta blanca y prosigue su relato.

Imagínese joven, visualice, proyecte. 84, 672 cerillas dan por resultado 84, 672 comidas, preparadas por estas manos que tiene enfrente. Dos manos regordetas de plástico muñeco, carrillos gruesos y rosados, alegría en una esquina. Yo fui el cocinero del ex. Todos los días sonaba la campanita en mi dormitorio y tenía que preparar suculentos manjares para el ahora anciano. Faisanes, caviar, salmón, huevos de codorniz, champaña, vinos de la época de Luis XV, chocolatitos suizos, jamones europeos, galletitas inglesas, gusto y paladar de rey con figura de guaso.


Semidormido-semidespierto. Ahora y en el instante mismo de la mañana. Casi una pelusita sobre un lecho de hospital. Ahora y no ayer, aunque deseas volver a tu pasado, clamas a tu cielo un retorno a tu palaciego pasado, coronado por estrellas, protegido por sendos guardaespaldas. Una personita acalmbrándose sudorosa entre las sábanas. Pides al cielo vuestro retorno…Todo tiempo pasado fue mejor…Semidormido no encuentras la forma de salir de ese jardín que te rodea. En cada esquina rosas rojas, frente a tu medianía rosas rojas, detrás de la nuca rosas rojas, sobre tu cabeza rosas rojas. Como una pesadilla del destino ellas envuelven vuestro sueño hipostasiado. Mientras dieciocho flores caen encima de la armadura absurda que te protege, el dedo índice de una mano izquierda apunta hacia vuestra silueta. Te retuerces en el lecho para evitar las heridas causadas por las rosas rojas. Pobre pelusita emblemática de un imperio de bisutería programada. Sufres la jugada fatal de vuestro imperio, ellas avanzan con sus pétalos, bajo cada pétalo un nombre, bajo cada nombre una herida, bajo cada herida su avance y la figura de tu decadencia.


Para los antiguos etruscos la vida no concluía en la apariencia inmediata de un cuerpo, el aroma, una mirada y el instante. Lo que corresponde al idioma de los vivos tiene su reproducción en oficios y costumbres. La red de actividades económicas lanza con fuerza su ímpetu y extrae especies que finalmente llegan al plato. El aroma del pez horneado o a las brasas, bulle hasta causar el flujo gustativo. Los antiguos etruscos celebraban el momento de la comida como una pequeña reunión de seres visibles y no visibles. Si las personas reunidas en una mesa eran una joven pareja, enamorada y con el futuro en la antesala, siempre había un tercer asiento, los cubiertos, el plato y la servilleta para esa tercera persona. La convivencia con los que en apariencia ya no estaban, era cotidiana. Se les veía degustar cada alimento, beber el néctar de la madre tierra junto a sus recuerdos, a la corporeidad intransferible de sus familiares que pasaron a mejor vida.

Dos ciudades compartían esa lejana existencia. La de los llamados vivos y la de los llamados muertos. Sobre la superficie de la tierra vemos calles, templos, habitaciones, granjas, cantinas. Bajo la tierra se construía, con el esfuerzo de todos, una ciudad con iguales dimensiones, reflejos de oropel, buen gusto y jerarquía. Los llamados muertos demandaban los mismos derechos consuetudinarios. La misma fastuosidad o la misma sencillez de los templos. Dos reflejos para una misma existencia. Dos maneras de realizar lo irrealizable, de explicar lo inexplicable.


Se alumbrarán las calles que conducen a la Plaza Principal. Hileras de luces iluminarán los rostros pequeños.

La noche no será capaz de disolver la esperanza. La pena negra que a veces nos embiste, saldrá huyendo a su habitación estercolada.

Miles de manos pequeñas velarán el lugar de nuestros muertos. Los rostros comenzarán a hablar, iluminadas las calles como un tierno homenaje de flores no extintas.

La historia se volverá leyenda cuando las manos recuerden el principio.

Se alumbraron las calles que conducen a la plaza principal. Cada uno llevaba su difunto en las raíces. Seres de carne y hueso, hambrientos, soñadores, “truhanes”, ebrios de soledad, hastiados por el desprecio. Las mismas caras de siempre, a la espera de la ansiada lluvia. Todos queremos que llueva café, que se ilumine el cielo de esperanzadas flores amarillas.

Se alumbrarán las calles que conducen a la Plaza Principal.

Desde un helicóptero un payaso subido a una escalinata embiste a la multitud con innumerables fotografías. Un acelerado inspector desde un teléfono cualquiera, en una esquina, simulando sabiduría comprada en caja luminosa envía el parte X20. Bla, bla, bla…

Se alumbrarán las calles que conducen a la Plaza Principal. Hileras de manos, miles de manos muy nuestras, veladoras sobre los rostros hastiados, envolvente memoria que no deja que la caricatura se lleve todos los recuerdos…


Una indeleble distancia no distante. ¿Inverosímil? Existe alguien por recordar. Los antiguos combatientes salen con sus cabalgaduras y enseñan lo que la ignominia no silencia. Sus gotas de sangre terminarán en altares donde el olvido abandone su faena sigilosa. Desde el Cabo de Hornos cada flor los recuerda, es imposible silenciar su canto. Una indeleble distancia no distante.

Cuando salen a cabalgar de día se escucha la furia de los orangutanes de antaño. Su miedo solapado, esa sagacidad venenosa que intenta detener el sueño, oscurecerlo.

Existen muchos por recordar. Las encendidas calles no los olvidan. El canto los acompaña en su andar hacia otros mundos.

Sobre las techumbres, encima de las chimeneas, más arriba de los cerros y las montañas, sobre campanarios, escritorios, manubrios, arboledas, la mirada del creador encima de nuestras cabezas. Hálito perceptible, guía de sombras y seres luminosos. La frase y la palabra, humana y corruptible palabra. Bandera política, forma de sometimiento, disuasión, arrebato.

Hiciste demasiado daño viejo. La reina de las sombras se retuerce, la hiel brota de su dentadura postiza. Hiciste un daño infinito, programado, planificado, comunicado, coincidente para marcar con un zarpazo la historia. Gotitas de sangre caen sobre el tablero, mientas los jugadores expresan la nerviosidad inherente a una batalla imaginaria. Tú causaste la guerra viejo, formaste cachimbo y garrote, apaleaste, borraste, quemaste, aunque las sombras de la reina de las sombras conviva en su estercolada gatomaquia.

Hiciste demasiado daño, programado planificado. Esto algunos ya lo olvidaron, se refugian en su tiempo oblicuo, responden como espejitos de un rostro miserable.

El dictador murió tras largo sueño de días contados, tras largos años, con una apariencia de viejo enfermo. Todos los amantes de la libertad salieron a celebrar su muerte, otros ya no estaban, habían quedado mutilados en una mazmorra o en algún campo militar, casa de emigrantes, o en un lecho de mar azulenco. El dictador enfermo era una pelusilla, una nadería, un pedacito de barro seco, un fiasco. Pero pasaron muchos años de espera a que concluyera su vida, sin justicia ni reparación de daños. Alfil deja de leer el periódico, y se pregunta sobre el sentimiento de satisfacción que genera el que la bestia haya abandonado esta tierra, aunque todavía quedan sus cenizas. El dictador ciñe su cabeza con cadáveres, una corona de cuerpos en cruz, crucificados que no se doblegan ente el embate del viento.








Lo que dijo Alfil fue que pasada la tarde después de la muerte del Dictador sintió una nostalgia acérrima. La tristeza nublaba los párpados. El Dictador había muerto sin que se hiciese justicia. Los perros convertían las cárceles en museos. Los estercoleros, los envenenados de poder. Los buitres de la sedición y del golpe en la cuneta.

Había sido un aparente jaque mate, las piezas derrotadas quedaban en la memoria de esta historia que no termina nunca. Había que celebrar la destrucción de un bloque de concreto, la marinera de la flor cortada, el señuelo, el arpón y la cacería de focas con los mismos palos con los que se rema.

Me enamoré de tus ojos color mazorca, me desprendí en un ocaso, me quedé sin tiempo, la voz entrecortada, sin límites ni marcas probables. Fui palpitación del Popocateptl. Me enamoré con tu lengua de tu oasis radiante y virginal. De tu vagina sorbí el té que apacigua la memoria, que oculta los sueños en medio del mar navegando sin rumbo, y los recuerdos del dulce sueño de Palinuro. La hilandera me espera a mitad de la esquina.
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Alfil juega con los peones y reconoce la fortaleza de los albañiles, de los trabajadores del carbón, el pirquén, los mineros del cobre. Su fortaleza inabatible. Jaque mate…

Cocodrilo se desplaza por la alameda de las delicias. Los pingüinos, los estudiantes secundarios se defienden de la policía rastrera, de la policía maldita. El enfrentamiento es vertiginoso. El guanaco lanza chorros de agua como en los tiempos de la dictadura. Los pacos, con uniforme militar, nuevo uniforme apalean a los cabros. El hip-hop nos habla en buen acento chileno que “aquí no ha cambiado nada”. Qué lindo se ve Santiago, con sus atardeceres, con su cordillera de los Andes, sus nuevas autopistas, sus nuevos barrios residenciales. Se intenta colocar un muro para borrar la pobreza. Cerro Navia, Lo hermida, La Bandera, La Victoria, y los nuevos reductos de pobreza y marginación.

El toqui me dice que hable de los complejos y de la luna. Una nube la vuelve a penas perceptible. El chileno se siente más español que los propios españoles, más inglés que los propios ingleses, más alemán que los propios alemanes. Siempre copiando y olvidándose en el consumo de algo nuevo, un sedante para aliviar la pena nimia de saberse carne y hueso animados. Una pequeña avecilla, un chincol, un copihue, una araucaria talada. Los bosques de Chile son talados indiscriminadamente. La savia de Azul se tiñe de rojo…

Suenan la trutruka y el kultrum. Un respiro para aliviar la soledad funesta, la lejanía, la otredad y la distancia. Dante o Petrarca lo decían:en cualquier parte, en cualquier lugar del mundo, en cualquier geografía brillan las estrellas de la misma forma.

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¿Cómo es la cordillera de los Andes? Cuando no está nevada es apacible. Un remanso de paz. Sus subidas son serpentinas, como si una gran serpiente se alzara en su interior y los hombres y mujeres pisaran su suelo. En los Andes los ríos son cristalinos, el agua es potable. Hay microclimas a las orillas con manzanos silvestres y toda clase de árboles frutales, por supuesto los de clima frío y lluvioso. Recuerdo cuando nadábamos desnudos en uno de sus esteros. El frío penetrable nos hacía sentir como focas o nutrias. Recuerdo los besos que te di aquella noche de estrellas y sonido de cigarras. Me sentí cobijado por un sueño profundo…

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Era de noche. Esperábamos el punto en Plaza Italia. Llevábamos mochilas, botas y una espera un tanto temerosa. Una emoción infinita. Era nuestro primer curso de guerrilla en la cordillera de los Andes. Fuimos en una camioneta. Ya no recuerdo exactamente cómo llegamos allí. Únicamente recuerdo que nos apeamos cerca de Farellones. Seguimos sendas serpentinas, con curvas y más curvas, siempre siguiendo la ruta del río. Yo llevaba la mochila estadounidense, las botas polacas, la estufita polaca que me había regalado mi hermano en México. Avanzábamos en columnas. A veces corríamos, siempre subiendo a más altura. Recuerdo que la lluvia comenzó a hacerse más intensa. En una pendiente me calló un terrón en media cara, casi pierdo el equilibrio. Un brazo de un compañero me sostuvo. Seguimos subiendo hasta la cima de un cerro. Apareció un claro y en es lugar tuvimos que levantar el campamento. No paraba de llover. Estábamos empapados. De noche la lluvia se filtraba por la carpa, por la casa de campaña. Hacía mucho frío. Siempre recuerdo a una compañera de ojos verdes, era hermosa. Nunca tuve el valor de acercarme a ella. Cosas de Dios o del destino. A la mañana siguiente tuvimos nuestro primer curso de tiro. Yo imaginaba que iba a ser con metralletas. Sin embargo fue con un humilde rifle de postones, de diábolos. La seguridad de los combatientes no permitía llevar armas…

Pingüino conversa con Alfil. Un peón avanza una casilla. Salta un caballo. Peón cuatro rey…

Levantamos el campamento y ya se había detenido la lluvia. No hubo heridos, ni presos. La policía, ni la CNI, pudo impedir el entrenamiento…

La CNI asesinó y torturó a líderes opositores al régimen de pinochet. Sus técnicas eran violentas, malditas. Practicaban en sus mazmorras todo tipo de técnicas de tortura. El submarino seco, la parrilla eléctrica(descargas eléctricas en los testículos, en el ano y en otras partes del cuerpo). Otra técnica maldita era la de meter la cabeza de los torturados en baldes(cubetas) llenas de excremento. Todo para herir el amor propio, para devaluar al prójimo, para dividir a la familia, para causar un dolor enorme en el torturado. Para menospreciarlo. Otra técnica aprendida en Fort Gúlik o en Guantánamo, era la de otorgar la libertad al torturado con una mochila llena de explosivos, comunicada vía control remoto. Si el torturado quería huir se le amenazaba de que se apretaría el botón verde. Imaginará el lector la angustia y desesperanza que sentía el torturado. Luego se le volvía a apresar. Todo en la búsqueda de información de nombres, casas, zonas de encuentro, lugares de reunión, formas de chequeo de otros compañeros.
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Cordillera de los Andes, patria pura, blanca, terrón de azúcar. Frío y neblina. Las siluetas parecen sombras que luego encarnan y se distinguen llenos de luz, talento y presencia. Bajo la neblina se puede jugar a hacerse invisible.

Nutria conversa con Alfil. Su diario vivir es intenso, a flor de piel. Un caballo en el tablero se come otra pieza. Es un caballo negro, alazán. Heroico…Sable que avanza hacia el Sur, cabalga por la cordillera de la costa. Manuel Rodríguez utiliza diversos trajes para ocultarse del conquistador español. El joven guerrillero se asoma por una ventana, en una casa de tertulias, discusiones acaloradas, baile de cueca y resbaloza. Doña Javiera Carrera, mujer sabia y valiente, también conspira para expulsar al conquistador, al poder de España en contra de sus colonias. La sangre criolla palpita en el joven Alfil. Su diagonal apunta hacia una bandera roja. Turquía y Estambul se asoman por las distintas visiones. Sangre criolla, mestiza, sangre mapuche, kultrum, canelo y araucaria. Anchimalen, niño luminoso, y el tren avanza echando fumarolas hacia el Sur. El carbonero, con una pala alimenta las calderas del tren a vapor. La vía férrea avanza entre bosques frondosos. La fontana es un sueño. El queltehue silva. Azul y su sueño nuevo continúan. La estación de Concepción está abarrotada de gente. Se distinguen, palabra antigua, hombres elegantes, vestidos de terno. La machi lleva una trompeta en espiral. Pareciera que está fabricada con cuernos de carnero. La machi barre su cabaña con escobas de paja. El curanto se cocina en un hoyo como la barbacoa. Lleva mariscos, carne de cerdo, pollo y se deja cocinar con vino. Yodo y vino, ulte y cochayuyo.
Fortaleza española abandonada. Sobreviven sus cañones. Chiloé y sus palafitos, sus casas junto al mar, el sueño de los pescadores…”Ese chilote marino que como él no hay otro…”

Alfil sueña con la nieve, con los copos de nieve, sueña también que es un pingüino. La ballena azul sopla y la tarde se oscurece oculta por la neblina. Cocodrilo le dicta a nuestro personaje central un discurso:el 11 de Septiembre de 1973 en Chile hubo una masacre dirigida por los militares golpistas y asesinos, también la marina con su alta tecnología y sus formas de tortura renovada. Los carabineros fascistas y la policía secreta…En las poblaciones el pueblo trabajador armado con las armas de su conciencia vivió el genocidio y el etnocidio…La junta militar golpista llenó de tanques y de pelaos armados, llenando de terror a la población chilena…Querido camarada Victor Jara, me levanto y miro mis manos blancas y recuerdo cuando me tuviste en tus brazos. Tu nombre quedará inscrito en el nombre del cantor valiente…

Caballo tres Rey, peon dos Alfil, enroque de las piezas blancas. Pingüino se lanza hacia el agua…Cocodrilo lo ve desde la tierra
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El Anchimalen me dice que hable del microclima, árboles de tronco alto, Puente Alto y la Cordillera de los Andes, manzanos silvestres, un apiario, con millones de abejitas produciendo una miel líquida, en su base se ve cristalina, ciruelos y castaños, duraznos, zandías y pomelos. Damascos en Las Condes, agricultura orgánica también; repollos-coles, coliflores y betarragas-betabeles…En Chile chico se producen papayas, en Coquimbo se distingue el carbón desde la playa la Herradura…El combatiente camina en la Playa como Pedro por su casa…Un pescador lleva el bote lleno de langostinos, llega a la orilla y pisa suelo firme. Lleva botas negras de goma, un sombrero y un gorro de yamus para el frío. Pingüino escribe un discurso: no queremos petróleo en las costas chilenas, no queremos el oro negro contaminante, los señores analfabetas sólo piensan en la plata y los dólares, los polos se están derritiendo por el calentamiento que se produce en la tierra. Pingüino se pone unas gafas azules y clava la bandera chilena en la Antartida, también se distingue la bandera Argentina, dos países hermanados también…San Martín y José Miguel Carrera, la logia Lautarina y el loco sueño de O^higuins y San Martín de fundar un imperio EN EL SUR; JOSE MIGUEL CARRERA Y LA PAMPA EN CONTRA DEL FEDERALISMO. Los pamperos, música del Martín Fierro, charqui, boleadoras, rifles, facones, ponchos, mate y tabaco.
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Alfil está enamorado. Oh fértil alborada. Ella tiene el pelo castaño y la piel de color canela. Se enamoraron en una tarde fría cubierta de neblina. Ni los pájaros metálicos, ni los carruajes de hojalata, ni la tarde plateada, fueron un impedimento para llegar a la cima de la más blanca montaña. Se mordían con fuego en los labios, y de sus corazones brotaban petirrojos. Ni el sonido de la soldadesca, ni de la policía amaestrada impedían que el amor se desplazara por las barriadas, los parques y los cerros. Amor, cuánto tiempo ha pasado, en crueles realidades, y aún no sucumbes. Amor aceitunado, cabalgaremos juntos hasta la última gota de sudor y palabras. Amor, joven amor, abriremos surcos al cielo con nuestro desplante y acompañamiento.

Amor, no me dejes caer en la noche incierta. Aparta de mi los taladrados ojos, la gemebunda mano, el trapecio donde el payaso deja su fulgor y su gloria. Amor lejano, aparta de mi las eclipsadas planicies donde sólo escucho el chillido de un murciélago pletórico.

Ahora en la mas triste lejanía te busco en los sueños, como si tu presencia fuese una isla llena de placeres y gozos. Pero estoy sólo, sin armadura, derrotado añorando la patria que cobijara mis primeros pasos. Sólo, un caminante se lleva la copla al silencio al quedar aturdido por tanto barullo, por tanta fragua de edificios telescópicos, por tanto acento a metal y a circuito, por tantas luces alocadas, arcos voltaicos, basura en las calles, ruido y sueños embriagados en la copa que ya no bebo.

Amor, aleja de mi el infernal bullicio y la esperada contienda del murciélago nocturno. Me enfría la soledad, me congela esa simiente buena, ese girasol que gira y gira llenándonos de vida. Aleja de mi el sueño de la muerte y la danza macabra de la negra, de la calavera que persigue mis pasos indetenibles. Amor, sufro con tu ausencia. Trunco roble a mitad de una autopista.

Amor, abre tus claros ojos, tu mirada radiante, tu día nuevo…
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El miedo se respiraba como una nube densa, llena de arcilla y huesos. Las tardes eran grises, el resquicio del temblor proliferaba y contenía un líquido de silente silencio. El miedo perseguía los pasos de los peatones y la jaula dejaba abierto su alarido.

En las mazmorras los cuerpos amoratados, los cuerpos electrizados, los cuerpos abandonados como ropa vieja que se deja en una calle, los cuerpos lanzados desde helicópteros con una barra de hierro encadenada en un pie y un tajo en el estómago producido por algún cirujano demente, por algún esbirro de la secreta.

El miedo hacía la vida irrespirable, infranqueable. El muro negro se alzaba ocultando la cordillera de los Andes. ¿Cuánto dolor contenía el miedo?

Las sirenas, las patrullas, las tanquetas, el uniforme verde soplaba un viento mortecino persiguiendo a los opositores, a la juventud que realzaba su talante, sus cabezas y sus sueños en esa nube densa con olores a detritus y amargo rictus de persecución y silencio.

El miedo no era una invención irracional creada por narcóticos invisibles. El miedo era el charco que reflejaba los pasos, las carreras, el sueño, la costumbre de los habitantes.

El miedo se llenaba de ratas, de gangrena y de infartos colectivos.

Pero crecía un murmullo, se levantaba Gulliver del espasmo, movilizaba las conciencias y lanzaba una piedra hacia el muro. Muchas veces salían los opositores a corear consignas en contra del EX. Los esperaba la macana, el gas lacrimógeno y el encarcelamiento.
Pero el miedo fue dejando lugar al escupitajo, al heroico choque entre piezas blancas y negras.

Alfil cuidaba sus espaldas, conspiraba, a ratos acariciaba a Cocodrilo y jugaban en un parque plateado cubierto de neblina y tristeza…

El miedo puede paralizar los miembros, pero cuando se trasciende los personajes de esta historia dan un salto a las estrellas.
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Alfil conoció el sendero del exilio en sus tiernos años. Recuerda su niñéz con espanto, con dolor agónico, dolor de ciudad sitiada, de bombardeos, de persecuciones, de quemas de libros “prohibidos”, de jactancia de traje verde. El amor se parecía a un campo de concentración, a una celda oculta donde se apiñaban seres desnudos y torturados hasta la esquizofrenia. El amor se parecía a una despedida en el aeropuerto, un pañuelo agitándose a lo lejos y una segunda patria también herida por la represión y el derramamiento de sangre inocente.

Una tierra de miles de colores y sabores, de botas y fusiles, de alegrías y tristezas. Una tierra de componente indígena, de pobreza dicha en múltiples lenguas, de mentiras dichas en alto parlante, fuego y maíz mezclados. Una tierra con dioses antiguos, que manejaban la lluvia, el mar y las montañas.

Alfil consumía su tiempo en transitar por una ciudad de hojalata, semáforos dislocados y millones de gentes consumiendo football, películas, bohemia y alto contraste. Una ciudad donde la muerte se escondía en las alcantarillas, junto a las ratas y el detritus. Una ciudad brillante en su soledad de consumo, amnesia, tacos, tamales, piñatas y arreboles. Una ciudad sumergida en el concreto, edificios y más edificios, ciudades perdidas, robos y droga. Una ciudad mestiza que olvidaba a sus hijos más queridos, con una identidad quitch mitad gringa y mitad latinoamericana. Una ciudad prehispánica, con la impronta terrible de un sable colonial, una iglesia sobre una pirámide, y un grito de locura inserto en los moldes de la conciencia.
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Quiero volver, como se vuelve al vientre materno en sueños, como se vuelve a la lejana patria después de tantas cuitas y a aventuras de Argonautas.
Lejano suelo, alejada montaña, distante bosque. Quiero volver a pisar tu suelo, a beber el néctar de las flores como abejorro ebrio y pesado. Volver es el preciado númen que añoran todos aquellos que se sienten a disgusto en cualquier parte. Sin embargo, el trajín de la salida de la lejana patria fue por causas mayores.

Qué será del parque forestal donde jugábamos de niños a pisar la hojarasca. Qué será de la Cordillera con sus vericuetos y ríos escondidos. Qué será de los amigos, de la amante piel canela que me remecía hasta mis cimientos.

En estas calles atestadas de gente, en este barrio pobre, febril y arrabalero, me vuelve la nostalgia. Si pudiese dar un salto de 14,000 km. de distancia, si pudiese convertirme en pájaro y viajar al territorio austral sentiría una dicha inefable.
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Brigada Ramona Parra. Era la época de los ochenta del siglo veinte. La clandestinidad nos obligaba a hacer hermosos murales rápidos y fugaces. Los ratis, la CNI, los sapos, los pacos querían controlar a nosotros que éramos estudiantes, pingüinos. Su forma de control iba desde la tortura, el encarcelamiento, el asesinato a alguno de nuestros compañeros. Muchos estudiantes fueron atrozmente asesinados. En Santiago de Chile se vivía el estado del terror pero la unión de la brigada nos daba fuerza para hacer hermosos murales que nunca borrará la historia. Los estudiantes secundarios estábamos en pie de lucha. No se borrará de nuestra memoria el legado revolucionario del compañero Salvador Allende Gossens y del pueblo de chile. La Victoria, La Legua, Cerro Navia, La Pincoya, Apoquindo, Las Condes, San Fernando, Los Andes, Pudahuel, Maipú, Colina, hasta el cerro San Cristóbal estaba en pie de lucha. Alerta, ocultándonos, apareciendo por aquí y por allá. Obedeciendo las órdenes del jefe de brigada. Un compañero tenía que ver en la vereda que no llegaran los pacos o algo más terrible. Los otros también militantes se dedicaban a expresar con amor y valentía nuestra lucha. Con significado. Honor y gloria a los comunistas de la Brigada Ramona Parra que pintaron y pintan y muestran lo mejor del arte chileno. El mando zonal también estaba vigilante. El FPMR brazo armado del pueblo de chile nos protegía también. Honor y gloria a los grandes combatientes que cayeron con las armas en la mano. Viva hoy en pleno siglo veintiuno la labor heroica y tezonera de la brigada Ramona Parra. Aún tenemos patria compañeros, aún y ahora un poco viejos pero jóvenes, niños de corazón valiente, radiantes de alegría. Camarada Victor Jara Presente.
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Territorio Mapuche. Tierra Santa. Pueblo indómito. Anchimalen, rehue en Azul lavaré mis partes heridas. La araucaria y sus piñones son arrazadas por voraces depredadores que tienen la cabeza de cemento. El mínimo Capital extorsiona y corrompe. El Gran Capital extorsiona y corrompe. La medianía del Sur. ¿Hasta cuando las trasnacionales seguirán operando, tienen un colmillo bajo el brazo? Rehue deja vivir y serás libre. Machitum otra vez. Pasado, Presente y Futuro. Qerí carreteras, querí automóviles, querí cemento. Guanaco.




ENROQUE
Orion se encuentra con Julio en la Universidad Católica de Chile. Orión impartía la cátedra de Autodefensa de masas y Julio esperaba las órdenes del Comité Regional como encargado militar.


La rebelión de los Pingüinos era tezonera, férrea y a veces sedentaria. Eran los tiempos de la FESES, en Dictadura. Año de 1986. En la base y en la unidad de combate discutíamos los pormenores de la agitación en los estudiantes del Liceo de Aplicación. En el mimiófrafo el encargado de propaganda hacía bellos panfletos. En ellos se expresaba el descontento del estudiantado y del sector popular. Pluma fina y un buen ejército de estudiantes. A la salida del colegio Pedro con su pasamontañas hablaba a los estudiantes acerca de la autodefensa de masas. Mientras Pedro arengaba, unidades de combate bloqueaban la Alameda con palos, neumáticos y mólotovs. Siempre mirando hacia la cordillera de los Andes.


Guerra, tocaba su charango bien lustrado. Su uñita fina y su tecleo bien, pero bien durito. En Maipú, en dónde el Gobernador Bernardo O´Higgins, antes ha, se daban la mano y el abrazo con el Gobernador Sn.Martín.
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Alfil, con su amigo Pingüino caminan por la calle Vitacura. Se encuentran con Karen en Providencia y se toman juntos un helado de limón. Karen en esa época repartía rosas rojas a los pelaos que estaban haciendo su servicio militar. ¿Labor de contrainteligencia dirán algunos? El autor de éste relato piensa que fue una labor de paz, amor y amistad.


El Pope, estaba muy bien, era y es un excelente guerrero.


Qué lindo es volver al barrio donde nací…Las Condes…


Qué Dios os bendiga y que el diablo se haga el sordo….
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El Rey

A la Moneda, a la Moneda…Grita la multitud, vocifera la multitud, se expresa la multitud. Estudiantes, ingenieros, profesores, campesinos, mapuches y la machi, obreros, mineros, gritando, vociferando, expresándose: A la Moneda, a la Moneda, a la Moneda. Al palacio de la Moneda. El levantamiento Democrático anunciado por nuestro querido camarada Bolodia Teiteilboim, se fraguaba en la calle. Era el año de 1988.


La Democracia cristiana, con su valuarte Rodomiro Tómic, lo mejor de la Democracia Cristiana, también estaba presente, en el plesbicito para decirle No a Pinochet. El P.C.Ch. levantaba sus banderas con el No hasta vencer. Cada uno portaba sus chapitas…
¿Nos comemos un churrasco? Inti y su padre me invitaron a su taller en Sn.Miguel. Se preparaba la carne, había un compañero mayor que yo quién filetéo la carne, tiempo después calló preso, era el encargado de educación del comunal de Sn.Miguel. Inti tocaba la Guitarra, Rodrigo tomaba vino tinto y comía el churrasco. El taller con fierros, estaba cerrado y nosotros adentro en la fiesta.


En una peña aparecieron repentinamente las milicias rodriguistas. Era la Peña de René Largo Farías. Los milicianos apagaron la luz, se pusieron el uniforme militar. Se pusieron el pasamontañas. La Peña estaba repleta y René Largo Farías se encontraba en el micrófono. Un miliciano le pidió el micrófono, otro miliciano izó la bandera con las siglas FPMR. Otro miliciano mostró una pistola mágnum. Al micrófono el miliciano invitaba a sumarse a las Milicias Rodriguistas. Era de noche. Los milicianos salieron sin el uniforme, con su nueva ropa. Los pacos de la comisaría de al lado ni se dieron cuenta…



Viva el FPMR…


Y que Dios os bendiga…
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La Vicaría de la Solidaridad nos salvó muchas veces. En nuestra memoria queda el legado del Cardenal Silva Enrriquez. El Concilio Vaticano Segundo, las comunidades eclesiales de base y la Teología de la Liberación…

Pedro entra a la policía militar. Al tribunal militar. Morandé y Teatinos.Encadenado, se sienta a esperar el edicto del Fiscal. Rubio, alto y fascista. Junto a pedro llega un combatiente del FPMR. Le dice a pedro que no tenga miedo. Se abre el telón:Fiscalía Militar. Pedro entra encadenado y el oficial pinochetista está frente a su máquina de escribir. El oficial le pide a Pedro que cuente su relato. ¿Porqué estás aquí?...Pedro le relata que veía desde lejos un camión que echaba agua. ¿Será un guanaco?...El oficial se levanta y cierra la persiana?...Pedro ya no puede ver a través del dintel de la ventana. El oficial pinochetista sigue escribiendo a máquina. Desde lejos un soldado razo le dice (no te hagai el gueón!!!) Bueno para hacer más corto el cuento. El oficial pinochetista le dice a Pedro: No te creo nada…Sale pedro de la Oficina. Una abogada de la Vicaría de la Solidaridad le pide al oficial en turno que le quiten las cadenas. Afuera de la Fiscalía Militar, pedrito abraza a su mamá y a su tía. Ve el cielo, respira, y se siente libre otra vez. Más tarde se come un completo…
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TRRA-TRA-TRATA-TRATA-TRA…El compañero Salvador Allende Gossens, cumplió su palabra…Qué descanse en paz en su tumba….
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Yo sí me acuerdo, tenía tres años y medio. Y desde la Villa El Dorado en Las Condes. Se oían los bombazos donde se defendía EL PRESIDENTE SALVADOR ALLENDE GOSSENS. Mi mamá nos decía que eran petardos, para no asustarnos…Gracias Mamá.


También recuerdo las luchas del Cachakaskan. Las veíamos por televisión con mi hermano. En el Caupolican aparecía El Vampiro desde su tumba. Para ser más exactos desde su féretro fúnebre. También había una serpiente vestida de payaso fuera del Ring. El rréferí alzaba su mano derecha y El Vampiro se acostaba en su lecho fúnebre, tornaba su tumba y se iba a dormir……………………………………………………………………………………Camarada Victor Jara presente, ahora y siempre. Me acunaste en tus brazos y eso es inolvidable. Ahora no estoy llorando, a veces lloro tu injusta muerte. Te apalearon tus manos con las metralletas los militares golpistas.
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+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++Un Mito: Victor Jara sigue sonando en nuestros corazones, en nuestro aliento y en nuestra música…+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++



Salam Aleikum. En Las Conde escuchábamos con la mamá Radio Palestina de Chile…

En la casa de la Mamá y El papá En Las Condes llegaron combatientes de todos los colores y sabores. Julio dormía con una pistola 9.mm debajo de su Almohada.


Tiempito después llego el familiar Victor Ladrón de Guevara, el pintor y karateca y le dijo a Julio que en sus cajones habían planos de lucha, táctica y estrategia militar del Servicio Militar Alterno. El tío retó a Julio y le dijo que hasta podría llamar a Carabineros de Chile. En Dictadura. Luego se hizo el guión y Julio tuvo que proteger su galería completa. Entiéndase sus cuadros. Una vecina de Villa EL DORADO, Junto con Pedro Lagos, también protegieron sus cuadros. ¿Cuánto le costó la mocha tío?..........................................................................................
AZTEKA………………………………………………………………………………
¿El filantrópico? Te veo tío en el año 2010 martillando sobre una piedra una joyería en plata? ¿Cuántos dólares te costó?...................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................
¿Cómo se puede vivir bien siendo Comunista? Acepta la plata del pueblo trabajador. Limpia tu ropa, plancha tu ropa. Construye tu casa. Hazla de Albañil, hasta de carnicero………………………………………………………………………………….Ama a tu familia porque es tu propia sangre. Ama a tu hijo y respeta a tu hermano en desgracia…………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………..

Peón siete Reyna
Viva México Cabrones…”Mamá si vas para Chile te ruego que vuelvas…”Sebastián Fuentealba se encuentra trabajando en México. ¿Con su pluma B.I.C o su Bomba Incendiaria de Contacto? Sebastián Piñera está asustado. El terremoto en el 20010 en Chile tuvo como epicentro Valdivia. Ya conocemos las mentiras de los medios de Comunicación. Ahora quieren militarizar la Araucanía. Los paracaidistas con sus caras pintadas de negro, con carbón coque, con traje café y negro, con corvo y radio transmisores. Un paracaidista se enfanga en la selva de bosque. Se llena de sanguijuelas, aparece un puma, aparece un oso, aparece un venado y la densa niebla lo despide. Kultún. Los mapuches se lo van a hacer chupete y no filete……………………………………………………………………………………
The Fitnes Collection. Seatle.I remember de voice of Martin Luther King. I remember de war of Malcom X……………………………………………………



Hermes le Dice a Julio que hable con Orión….”Y se abrir



Peon siete Rey


Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas de Negri, Presentes!!!

La reconstrucción de Chile tras el Terremoto y el “Cafemoto”Op.Cit. Es una tarea irrenunciable. Ya se ven los comunistas y los socialistas, los miristas, de la mano reconstruyendo Chile y su destino. Una patria liberada y los trabajadores al Poder. Machitum. Trutruka. Kilombo. Pachamama. Ya se oye el balar de las cabras. Canelo. La araucaria y azul se tiñe de negro. ¿Será el Hollín, será el aceite, será la paz? Año 2010.
Hermoso el juego del taka-taka, y que Dios nos bendiga…





Jaque Mate

Orion, Jerri y Carlos. Los tres combatientes mirando hacia una constelación llamada la Osa Mayor.


En la Cárcel de San.Miguel nos trataron muy bien. Nos sacaron la cresta, nos pedían revista los gendarmes con su collihue.Dormíamos en colchonetas con olor a nefatalina. Nos ponían música desde la 4 de la mañana. Números. Matéo 15.Orden en el círculo. El que no respondía por su número un huascaso. A uno le tocó, yo lo ví, yo lo reviví, nosotros lo vimos. Julio llebava el labio floreado por un puñetazo de un Gurka. Hermes estaba que le dolían todos los huesos. A la hora de saber quién llevaba el cuchillo militar regalado por Inti Julio se quedó callado y otro compañero recibió una cachetada en Pleno Rostro. La fronda Aristocrática que comenta Edwars en su libro resplandecía en nuestras venas. En la Cárcel de San Miguel los pingüinos con uniforme eran reos de conciencia, presos políticos. Afuera se encontraban los compañeros de la FESES luchando por nuestra futura liberación………………………..
El legado de Salvador Allende…



Julio tiene un hijo mexicano y Norteaméricano de nacimiento. Tiene doce años y su Padre quiere que también sea ciudadano Chileno. La tlaxcalteca…


Veo al Ñandú ofrendando su magia y su lana. Veo gorritos Bolivianos con lana de Alpaca. En fin son chilenos. ÑUÑMAI PALOTITAI tlaxcan.


El futuro Presidente de la Izquierda Chilena será un Comunista. Ver el Manifiesto Comunista, y las trasandinas y los pobladores de los Andes haciendo su REQUIEM…


“Yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así…”


Yuyito. ¿Cómo estai?. La revolución chilena sigue adelante. Cambray.


El chepo nos enseñó a utilizar el salitre y hacer bombas de anfoal. En su casa salía la factura y la industria de los combatientes. Se fabricaba pólvora, mólotovs y las Bombas Incendiarias de Contacto. Allí tuvimos nuestra primera formación como combatientes del F.P.M.R. Nos enseñaron a hacer planes de lucha y a armar y desarmar fusiles M-16…

Luego vino un crítico y dijo que esa guevadas no servían para nada. Eran los 80´, Pinochet en el poder y nosotros abajo y a la izquierda. Probablemente el crítico fue el compañero Víctor Díaz que aún vive y fue liberado posteriormente al Tiranicidio en Cuesta Achupallas. César Bunster conoció a Julio en México después del terremoto del año 85. Con la Brigada Salvador Allende y pegando afiches por avenida Insurgentes.

El pingüino tiene más calorcito. Otra operación de los Rodriguistas consistió en quemar una micro propiedad de la Lucía Hiriart hoy viuda de Pinochet. ¿Cómo quedó tu bunquer en el cerro Locurro después del terremoto/cafemoto del 2010?


Los Rodriguistas ya habían planificado la operación con antelación. A uno de los combatientes le toco estar en la retaguardia con una escopeta recortada por si llegaban los pacos. Otros más grandes y más fuertes amagaron al chófer. También estaba el pelao que había salido del ejército. Se escuchó un balázo. Quedamos atónitos. El chepo tenía como misión echar bencina y prender, salió volando y por fortuna nada más se le quemaron las pestañas. Rato después, algunos combatientes viajaban en taxi sin pasamontañas y se veía la micro achicharrándose. ¿Otro Churrasco? ¿O nos vamos a la fuente alemana?.
Tapón compañero del alma. Sé que está en Chile y tu familia también. Viva Talcahuano…

Ñaja, ¿Qué dice Colombia? Qué está como la cresta. Incendios por todas partes. ¿Qué dice el Frente Oriental de las FARC? Honor y gloria a los combatientes caídos por la encerrona de Álvaro Uribe…



Peon siete Rey
INOMINE PATRI ESPIRITI SANTI



La Javiera se enamoró de mí. Las focas en Valparaíso se encontraban en un mar revuelto. Una salió hasta la playa, era en invierno, pisó la arena y vio a unos fugitivos secuaces…


Carolina, mujer sabia y combatiente, te conocí desde el comunal Santiago. Tenías una pena, una herida muy honda, a tu padre lo habían
degollado…++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

Compañeros Roberto Parada y Santiago Natino Presentes.
Compañero Ivan Zamorano presente.
Compañero Victor Díaz Riquelme presente+++++++++++++++++++++++++

La Chica de la FESES siempre nos protegía, nos ocultaba y nos daba sabios mandatos. En el TRICEL de la penúltima elección de la FESES salió elegido un compañero comunista. El que escribe era encargado de masas del Comité Regional de la Enseñanza Media……………………………………………………………………………………
Hola Fruti ¿Cómo estás?...Santa María Egipciaca




Peon siete Reyna

Mis días felices en Las Condes. En la Villa El Dorado. Con el Papá y la Mamá íbamos al cerro Locurro. En esos tiempos yo estudiaba en El Jardín Infantil Mi Casita. Kindergarten…

Cuando cruzábamos el río Mapocho en un puente colgante mis hermanos y mis primos mayores hacían balancearse el puente. En el cerro Locurro comíamos asado y huevo duro. También pescado. Luego llegó la Tsitroneta…

Recuerdo a mi Abuela Victoria. En el Peugeot doblamos por Valparaíso de día y yo iba con Andres en la parte trasera. Yo tenía un Yokey, y viajaba feliz de la vida. Y ahora pura locomoción colectiva…………………….Querido compañero Chino. Tantos recuerdos que se me nubla la cabeza. Nos encontramos en tu casa, la casa de tus padres y celebramos una feliz Navidad. Yo me encontraba muy sólo. Sin polola y muy alejado de la Familia…

Que bello es el Otoño Chileno. Llueve y caen las hojas. Sale el sol y quedan las hojas que crujen como en El Parque Forestal. El rocío baña los Jacarandás, Los Castaños, Los Pinares, Los Manzanos, Los Olmos, Los Robles, Los Canelos y Los Sauces. En las Chacras de Maipú los campesinos con ojotas se resbalan, hunden sus pies en el fango para que crezca el Trigo. Picunche. Los Álamos se funden en el bosque…
Alabanza al Ajusco…


Oh Señor que moras en las montañas, que nos das nieve y lluvia para refrescar nuestros lagos. Oh territorio de áves fértiles. Oh Señor del Ajusco, que llenas los tinacos, que pintas las pilas bautismales. Dadme ceniza que tengo sed. Dadme agua para beber
Guatón Nelson, seguro que te la podís. Pero deja de andar sapeando por todas partes. ¿Eres encargado de masas o encargado militar?.................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................
Cecilia, tierna compañera, la lluvia, el humo, el olor a tierra mojada y la leña me hace recordarte………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………….
Gabriela, tu unidorme de Virgen me recuerda a Gabriela Mistral, nació en Antofagasta y viajó por Chile de costa a costa. Rezando, escribiendo y fundando escuelas…Árbol caído, tristeza del hombre chileno, árbol talado tristeza del hombre mexicano…………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………
Sigue el arrebol rosiñol. Viva la España traviesa!!!
Viva el Comité Local 8 de Marzo. Vivan las mujeres del mundo que trabajan y estudian. Vivan los hombre y mujeres que dieron término a ésta historia……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………
Aún tenemos Patria Ciudadanos!!!


Fin.