El Caleuche
Barco fantasma de las costas de Chile y del mundo entero
El caleuche es un barco fantasma. Sus tripulantes llevan amarradas las manos al silencio más ingrávido. La neblina lo cubre como el aroma de las castañas. Las miradas de los tripulantes tienen el acento de la extrañeza, de la añoranza, de la nostalgia. Los fantasmas extrañan a sus familias que viven en tierra firme. El barco se mece, se arremolina a veces, se agita, se levanta y desciende, aspirando la fresca brisa yodatada y sureña.
Las focas y las ballenas conocen los recónditos confines donde navega, levando anclas, y descansa, el caleuche. Cuánta sobriedad un día no dejara de esperar un mañana mejor, donde la bandera del caleuche hondea y se hace visible a los corazones despabilados.
Huele a ulte y cochayuyo, a marinería endiabladamente fría, azotada por aguas gélidas, por vientos que sólo un portento de figura humana puede resistir. Fantasmal, oculto, desaparecido, aparece en la memoria de los hombres, oscilando entre el terror a encontrarse con el barco y el deseo morboso de saltar hacia él y convertirse en fantasma.
La humanidad vive como el péndulo, desea estar y no estar, vivir y morir al mismo tiempo, dualidad indescifrable. El caleuche es ejemplo del salto amoroso hacia el abismo del agua, con la seguridad de una escafandra, la imagen de los peces y las burbujas, el tubo de oxígeno, el caminar pausadamente encima de la arena y la necesidad posterior de ver el cielo sin amarras, sin casco, ni traje marino.
El principal dolor de los fantasmas, a veces oculto, es el de tener una mujer. Sienten la imperiosa necesidad de beber, pero el capitán del barco hace sonar su campana y lo prohíbe. Los fantasmas comen galletas, hasta han llegado al extremo de tomar agua salada para aplacar el deseo sexual contenido. Algunos quitan el agua que hay en el barco con jarros de aluminio, otros trapean el suelo de madera, otros cocinan. Se observa una estrella de mar fosilizada y en las profundidades avanza una estrella de mar viva, mueve sus aristas, las dobla y avanza. Una mantarraya parece un torpedo; un pez media luna y un pez sin aleta se hacen presentes. Los pólipos respiran, los corales quedan fijos a la escena. En la superficie se distinguen los zargazos verdes.
El caleuche sigue su andar solitario a sotavento. A veces vira a barlovento. La brújula marca dirección al Norte, hacia mares más cálidos. Esperemos que su aventura no termine nunca. El autor se despide de la comedia desde la tierra con un sueño: navegar en un barco visible. Nimio emperador de las costas sureñas, hormiguita en un desierto inconmensurable…
Rodrigo Daniel Alemany Rojas.